Últimos meses de 1944. Casi medio millón de judíos húngaros han sido ya deportados a los campos de exterminio. El Danubio es una fosa. Las embajadas de los países neutrales tratan de salvar a los perseguidos que en condiciones de vida infrahumana aún se refugian en Budapest. En la legación de España, Ángel Sanz Briz y un valiente grupo de franquistas buenos aplican con especial pasión humanitaria las instrucciones del gobierno de Franco, que ve en la protección de los judíos un salvoconducto ante el sombrío futuro que presagia la inminente derrota nazi. Por encima de todo ello se recorta la sombra de Giorgio Perlasca, un italiano que se llevó la gloria que la Historia debió reservar para Sanz Briz. Estos son los mimbres con los que Arcadi Espada ha escrito ‘En nombre de Franco’, editado por Espasa, un libro que, como el propio Espada señala, es “un reportaje histórico”.
Arcadi, cuando un escritor se tropieza con un personaje tan interesante como Ángel Sanz Briz, ¿qué hace?
Cuando se encuentra a alguien como él y, en mi caso, además, envuelto en un halo de mentiras sobre su persona, lo que intenta es apartar ese halo y dejar al hombre en su integridad. Siempre digo que lo que me movió a escribir el libro fue esa pasión que siento cada vez que veo una mentira. Es algo que me excita, como Marylin Monroe.
Imaginando una biblioteca ficticia, ¿dónde clasificarías ‘En nombre de Franco’?
En novela seguro que no, porque este es un relato fáctico, que pertenece a la faction y no a la fiction. Lo que sí sé es que mi libro es un reportaje histórico, no tiene ni una gota de ficción y que está escrito con la misma pureza lingüística que se le puede exigir a una novela. El hecho de que yo escriba reportajes no limita estéticamente su escritura.
Al leerlo descubrimos que existe una historia dentro de otra historia, un juego metaliterario.
Claro, los que no hacemos novelas estamos un poco obligados a describir cómo escribimos, entre otras cosas porque, como decía Orwell, esa exhibición del yo que escribe no deja de ser una garantía de objetividad.
Para construir el libro has entrevistado a mucha gente, ¿en general han colaborado con gusto?
Sí, todos sin exclusión. Otra cosa distinta es lo que hayan podido pensar después, al ver el resultado. En general, he mantenido una buena relación con todos ellos y les apetecía colaborar.
En algún sitio has dicho que ‘En nombre de Franco’ es un libro para mayores de 18 años, sin embargo, sería bueno que lo leyera también la gente joven, ¿no crees?
Supongo que sí pero dudo mucho que les llegue. No creo que sus profesores se lo recomienden. Este es un libro adulto en el sentido de que se preocupa muy poco de si Franco era así o asá. Todos sabemos que Franco llegó de manera ilegal al poder y que mantuvo una dictadura durante cuarenta años. En el texto hablo de su comportamiento con relación al tema de los judíos húngaros, algo que no es interpretable. Yo escribo libros que son la realidad. No hay ninguna posibilidad de que nadie, a la vista de los documentos que he manejado, pueda dudar de que las cosas sucedieran así. Ángel Sanz Briz actuó siguiendo las órdenes del gobierno de Franco.
Comentabas antes que las mentiras te ponen, ¿pero te refieres a las mentiras de entonces o a las de ahora, vistas con perspectiva histórica?
Creo que hay verdades que viajan a lo largo del tiempo. Que Roma venció a Cartago es tan verdad entonces como ahora. Ángel Sanz Briz actuó como lo hizo siguiendo órdenes del gobierno de Franco y eso es tan verdad en 1944 como ahora. Otra cosa distinta es lo que estamos dispuestos a oír o lo que nos gustaría escuchar. Hubiera estado bien que a los judíos húngaros los hubiera salvado un señor llamado Gary Cooper, pero los salvó un señor bajito llamado Franco.
Sin embargo, a pesar de obedecer órdenes, Sanz Briz no obtuvo un reconocimiento explícito del gobierno de Franco.
Hasta los años cincuenta, el gobierno español sí ensalzó su labor porque le servía de propaganda. Pero luego, al no establecer relaciones diplomáticas con Israel y como este país colocó a España al mismo nivel que Italia y Alemania, se inició una política que podríamos llamar de la tradicional amistad con los países árabes y le prohibió participar en cualquier ceremonia que significase su participación en aquellos hechos heroicos, una muestra más de que la memoria es hija del presente. Hasta muy tarde, en 1977, España no reconoció al estado judío y, por tanto, Ángel Sanz Briz fue una víctima de esa política.
Y además, un italiano, Giorgio Perlasca, se llevó toda la gloria.
Cierto e incluso el gobierno español lo nombró Caballero de la Orden de Isabel la Católica. Perlasca también fue un héroe, pero no fue el único como la gente piensa.
¿A qué se debió el interés de Franco por salvar la vida de los judíos en Hungría?
Obedeció a varias causas. En primer lugar, no podemos desdeñar que alguien, aunque fuera franquista, fuera buena persona y viera con buenos ojos salvar a esta gente de una muerte cierta. Creo que había personas de este tipo. Por otro lado, en 1944 Franco ya sabía que Hitler iba a perder la guerra y las opiniones de los países vencedores exigían otra estrategia. Estaba muy preocupado e inició una campaña, lo que hoy llamaríamos un cambio de imagen, para granjearse la amistad de los aliados, especialmente la de Estados Unidos. Era necesario cuadrar la actitud española respecto a los judíos, porque ellos dominaban la opinión pública de América y si no se mostraban particularmente beligerantes con el gobierno franquista las cosas irían mejor. A este respecto, un hecho significativo fue que la última película que se rodó en Hollywood sobre la Guerra Civil española fue ‘¿Por quién doblan las campanas?’, basada en la novela de Hemingway, que tuvo mucho éxito y que en su momento preocupó profundamente a Franco.
Ni siquiera en los años más pronazis creo que la actitud del franquismo hacia los judíos fue univoca. Ya en 1941, se produjo una reunión en París donde tampoco estaba tan claro que los franquistas fueran nazis sin resquicios. En el franquismo creo que convivió el antisemitismo con una especie de nacionalismo español muy melancólico, en el que destacaron figuras como Agustín de Foxá, que veían en los judíos sefardíes el pasado de España y eran poco proclives a su exterminio.
La Iglesia católica húngara también mantuvo una postura extraña al respecto ¿no?
Sí, fue una postura contradictoria la que sostuvo el primado húngaro, pero al mismo tiempo también es verdad que la embajada del Vaticano desarrolló una labor infatigable de coordinación entre todos los embajadores de los países neutrales. Pero me da la impresión que la Iglesia Católica no tuvo una posición directa y franca contra los nazis.
Imagino que a Ángel Sanz Briz, después de vivir en la embajada de Budapest tiempos tan peligrosos, sus destinos posteriores le parecerían poca cosa.
Sin duda, sin duda. Creo que toda su vida, después de lo de Budapest, le debió de parecer un veraneo.
Has escrito sobre el no horror, pero para hacerlo habrás tenido que enfrentarte al horror, ¿cómo se lleva eso?
Ese es un poco uno de los grandes temas del libro. Al principio digo que el periodismo actúa siempre dentro de lo importante y de lo interesante. Y es muy interesante que Sanz Briz salvara judíos en nombre de Franco, pero no hay que olvidar que lo importante no fueron los tres mil judíos salvados, sin los seis millones de judíos muertos. Su caso y el de Schindler son islas en un océano inmenso.
Parece inevitable hablar de Auschwitz, supongo que lo habrás visitado, ¿qué impresión te produjo?
Auschwitz presenta el problema de la representación, ¿cómo se representa un lugar en el que han muerto millones de personas? ¿Se lo dejas a los turistas para que tomen fotografías de las alambradas en el crepúsculo o para que grupos de visitantes posen debajo del cartel que reza “El trabajo dignifica”? Para mí eso, estéticamente, resulta muy ofensivo, pero al mismo tiempo piensas que hay que hablar de Auschwitz y no sabes muy bien qué hacer.
Nazis hubo no solo en Alemania, ¿el nazismo se define por la ideología o por su lugar de origen?
El nazismo es algo transversal. Lógicamente tiene como origen Alemania, pero eso no significa que los nazis de otros países no lo fueran tanto. Precisamente, los nazis húngaros destacaron por eso, por ser auténticas bestias, bestias espantosas sin duda ninguna.
Desde que Spielberg rodó ‘La lista de Schindler’ el tema de la salvación de los judíos se ha popularizado, antes no se hablaba tanto de ello.
Es cierto y no creo que no se hablase por motivos de corrupción política, sino porque no estaba de moda y no rendía el dinero suficiente. La memoria es una hija clara del presente porque el presente es quien dice en qué momento la memoria debe empezar a hablar y en cual debe callarse. También es verdad que si Spielberg no hubiera rodado su película, la labor de estas personas hubiera quedado muy oscurecida.
Acabamos con una cita extraída de la página 45: “Nosotros, los que tuvimos que abandonar Alemania y nos encontramos desamparados, como todos los que se encontraban en nuestra situación y que fueron deportados y ejecutados cruelmente y sin escrúpulos en cámaras de gas[…] no tenemos ningún interés en que Alemania se reconstruya para que después de veinte o treinta años vuelva a traer la desgracia a la Humanidad”, son palabras de un judío sobre Alemania que parecen proféticas.
Creo que Alemania ha aprendido la lección y no creo que pueda ser juzgada hoy desde el prisma de los nazis. Alemania es un país poderoso y como tal hace todo lo posible porque sus órdenes se cumplan, pero de eso a comparar a la señora Merkel con Hitler creo que hay un trecho muy grande.
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 29/05/2013
SOBRE ARCADI ESPADA
Arcadi Espada (Barcelona, 1957) escribe en el diario El Mundo. Entre sus libros figuran ‘Contra Catalunya’, ‘Raval’, ‘Diarios’ (Premio Espasa de Ensayo) ‘Notas para una biografía de Josep Pla’ y ‘Ebro/Orbe’.