Fue Arturo Pérez-Reverte
quien, en un artículo publicado el 23 de agosto de 2010, ponía en circulación
el nombre de un marino vasco, Blas de Lezo y Olavarrieta, nacido el 3 de
febrero de 1689 en Pasaia (Euskadi), que había infligido a la armada británica
una de sus mayores derrotas de todos los tiempos, al rechazar su ataque al
bastión de Cartagena de Indias, núcleo indispensable para la protección de los
dominios españoles en Hispanoamérica. De Lezo se enfrentó a casi cuarenta mil
ingleses con apenas mil soldados, seiscientos indios, armados con arcos y
flechas, trescientos milicianos adiestrados en pocos días y un puñado de negros
libres. Tras bombardear intensamente todos los fortines y defensas del enclave
durante tres meses, el 20 de mayo de 1741, los barcos ingleses, comandados por
el almirante Vernon, plegaron los bártulos que les quedaban, bastante
maltrechos por cierto, y se volvieron, derrotados, por donde habían llegado. En las playas de
Cartagena y en el campo de batalla dejaban nueve mil soldados, mudos testigos
de tan infausta debacle, muertos por la metralla y la epidemia del vómito
negro, que afectó a las huestes de la Union Jack. Hasta tal punto escoció la
derrota, que el monarca inglés Jorge II prohibió bajo pena de prisión que se
divulgara dicho enfrentamiento naval, que ahora parece adquirir nuevo
protagonismo.
Precisamente, el escritor
sevillano Francisco de Artacho acaba de publicar ‘El almirante Mediohombre’,
editado por Algaida, una novela histórica centrada en el heroico Blas de Lezo y
en el episodio cartagenero. El texto repasa su vida y por él nos enteramos de
que Don Blas recibió educación e instrucción militar en Francia, participando
en la Guerra de Sucesión a la Corona Española dentro del bando borbónico, es
decir, el del futuro Felipe V, aspirante francés al trono. Entre otros
combates, el 11 de septiembre de 1711 tomó parte en el bombardeo de la ciudad
de Barcelona, donde fue herido de mosquete en un brazo, lo que conllevó la amputación
de dicho miembro. Con anterioridad, en las batallas de Vélez Málaga y Tolón
había perdido una pierna y un ojo, respectivamente. De ahí arranca el
sobrenombre que forma parte del título del libro, Mediohombre, aunque también
se le conocía como Pata de Palo, ya que un carpintero le construyó media pierna
de madera con la que valerse en su vida civil y castrense. A pesar de todo, estos
constantes contratiempos físicos no le privaron de desempeñar en plenitud de
facultades su profesión, permaneciendo siempre en primera línea durante los
combates librados por sus tropas y consagrando toda la vida a sus soldados, ya
que como el mismo Don Blas afirma al final de la novela “me aparté de todo lo que fuera cortesano para estar junto a mis hombres
y eso me ha dado más satisfacciones que ningún puesto de gobierno por muy alto
que fuese”.
El almirante Blas de Lezo y Olavarrieta (Colección condesa Revilla-Gigedo) |
No es cuestión de enumerar aquí
las hazañas, múltiples y siempre en inferioridad de condiciones, de Pata de Palo,
pero lo cierto es que su vida podría considerarse como una sucesión de
aventuras, una de esas novelas de piratas, corsarios y marinas reales que
leíamos de jóvenes. Y creo que así, acertadamente y para hacer más amena la
historia, ha enfocado su obra Francisco de Artacho, quien se vale de un
personaje ficticio, Martín de Sepúlveda, al que convierte en amigo íntimo de De
Lezo. Gracias a sus conversaciones y vivencias descubrimos
cómo era el almirante, cómo se comportaba en los momentos críticos, las
tensiones que sostuvo con el virrey Sebastián de Eslava, su visión de estratega
y sus temores como ser humano. Para dar mayor verosimilitud y “cuerpo real” a
Sepúlveda, De Artacho le crea un enemigo, Diego de Zúñiga, hijo de un destacado
aristócrata sevillano, con el que mantendrá disputas hasta muy avanzado el
texto. En este sentido, en algunos momentos la narración se centra demasiado en
la figura de Martín, lo que le dota de una innegable fuerza dinámica, pero a
costa de restarle protagonismo a Don Blas de Lezo y Olavarrieta.
Almirante Edward Vernon pintado por Phillips (Museo Nacional Marítimo de Greenwich) |
Narrada en tercera persona,
en algunos pasajes, a Fernando de Artacho se le nota la mano de avezado historiador
y ensayista, acostumbrado al dato exacto y preciso, ya que profundiza minuciosamente
en determinados aspectos sociales y militares y en introducciones históricas
más propias de manual al uso que de obra de ficción. Ello distrae momentáneamente
la atención del lector, pero este pequeño pecado se trueca en absolución a
partir del asedio de Cartagena de Indias por parte de la flota de Vernon. Este
episodio centra la parte de mayor calado del libro y ocupa prácticamente el
cincuenta por ciento de su contenido. El autor sevillano describe cada momento
al detalle y como espectadores privilegiados observamos el desarrollo de todas
y cada una de las operaciones militares de uno y otro bando, al tiempo que asistimos
al planteamiento de las estrategias de ambos almirantes, así como a la muerte
del propio Blas de Lezo, acaecida unos meses después de levantado el sitio de
Cartagena, a consecuencia de unas heridas mal curadas y de su rechazo a una
intervención clínica más consistente por parte de los galenos.
Concluyo este comentario con
una cita de la contraportada de la novela. Dice así: “Fernando de Artacho ha querido conjurar esa maldición de Jorge II que,
más de dos siglos y medio después, parece perseguir en su propio país a Blas de
Lezo, cuya figura resulta casi desconocida para la mayor parte de los españoles”.
Si tal era el objetivo al escribir ‘El almirante Mediohombre’, sin duda su
cometido ha estado al nivel requerido para lograrlo.
‘El almirante Mediohombre’
de Fernando de Artacho. Editorial Algaida, marzo 2015. Tapa blanda, 411
páginas. Precio 18.00 euros.