Antes de desaparecer junto a
su ayudante americana, el astrofísico Lalo Múgica informa a una de sus vecinas
de que ha encontrado las claves para abrir la puerta del cielo. Gerardo Vilela,
un sencillo profesor de instituto, gana una beca que le lleva de Lugo a Madrid.
Cuando las enigmáticas vecinas del número 12 le realquilan la antigua casa de
Múgica, él se siente feliz. Pero el ático guarda algo para él: un acta firmada
por Pilatos que narra otra desaparición ocurrida en Judea el año de la muerte
de Jesucristo. Con veinte siglos de diferencia, ambas desapariciones parecen
estar extrañamente relacionadas. Con la ayuda de un exorcista vasco y de su
secretaria, Gerardo decide seguir el rastro. Demonios, meigas, médiums… Con
estos parámetros, Reyes Calderón plantea un apasionante juego de verdades y
mentiras en su nueva novela, ‘La puerta del cielo’, que coloca al lector ante
situaciones que preocupan desde siempre a la humanidad: ¿existen el cielo y el
infierno? ¿Y el demonio? ¿Qué habrá en el otro lado?
Reyes,
¿qué significa para ti escribir?
Para mí escribir es vivir,
no sabría vivir sin escribir.
¿Cómo
te tropiezas con ‘La puerta del cielo’? ¿La novela te ha buscado a ti o ha sido
al contrario?
Nunca me he planteado si iba
a escribir un libro sobre un tema concreto, siempre han sido las historias las
que me han buscado a mí. En la T4 me tropecé con un obispo, al que conocía, que
venía de realizar un exorcismo y tenía ganas de hablar, porque todavía estaba
muy impactado por lo que había visto. Cuando me lo contó, la impactada fui yo,
que no pude pegar el ojo durante toda la noche. Al día siguiente ya estaba investigando
sobre aquello y descubrí que en Roma hay más videntes, espiritistas y echadores
de cartas que curas. Eso resulta muy chocante, más todavía si tenemos presente
que cada vez somos más agnósticos, ateos y descreídos y, sin embargo, gente con
preparación, inteligente y bien situada no efectúa inversiones si un vidente no
le tira las cartas para conocer el futuro. Todo esto formaba un contrasentido
muy humano del que no me podía sustraer y en el que he estado trabajando
durante siete años.
Al
escribir la novela, ¿buscabas dejar un cierto poso o solo pretendías proporcionar
al lector entretenimiento?
Normalmente, cuando escribo
trato de encontrarme a mí misma, porque me perdí hace tiempo. Al escribir sobre
los demás y al crear personajes de ficción voy conociéndome un poco más. En esta
también. En occidente ubicamos los cementerios lejos de las ciudades y, como
están tan lejos, llegamos a no verlos. Y al final uno ha de hacer su propia
experiencia en este terreno. Al menos yo ya ha hecho la mía.
La
editorial presenta ‘La puerta del cielo’ afirmando que es un juego entre la
verdad y la mentira, pero ¿estamos ante un juego literario o científico?
Las novelas han de ser
verosímiles, deben atenerse a la verdad y al tiempo en que se desarrollan, pero
creo que el escritor se puede permitir el lujo de que ambas cosas sean ficción.
Para mí es necesario que la veracidad de lo que cuento esté suficientemente
constatada.
¿La existencia del cielo y del
infierno, es tan demostrable como indemostrable?
Sí, tiene que ver con la
religión y, pido perdón por lo que voy a decir porque yo no soy teóloga y opino
lo que me parece, la religión no tiene nada que ver ni con la conciencia ni con
la fe, sino con la experiencia. Creo que la experiencia del bien y del mal, del
cielo y del infierno, se vislumbra ya en la tierra.
¿Te
ha costado tanto tiempo de escribir la novela porque la documentación era muy
grande o porque no tenías claro a dónde querías llegar?
Sí tenía claro a dónde
quería llegar desde el principio, pero me ocurrió que ni la ciencia ni la
religión podían permitirme alcanzar mi objetivo. Había una nebulosa en el medio
que tendría que ser tan simple como una experiencia, pero no podía hacerla
simple. El libro trata de temas complicados, pero el lector creo que no se
pierde en ningún momento durante la narración y, si quiere, puede continuar
investigando por su cuenta. En mis novelas no demuestro nada, pero no resulta
fácil mostrar una cosa sin decir que no se puede entender porque es muy complejo.
Por eso he escrito veintiuna versiones del texto, intentando conseguir que
fuese una novela de intriga y lineal en el mejor sentido del término.
Si
tenías un guión, después siete años de trabajo y veintiuna versiones, se habrá
roto por todos los lados, ¿no?
Sí, claro. Normalmente yo
pinto las novelas y luego las escribo. Las novelas de intriga, como están
conectadas el principio con el final, y a mí me gusta ser puntillosa, las
dibujo para ver sus puntos de contacto. En ‘La puerta del cielo’, como el nivel
de conexión era tan grande, he tenido que comenzar el dibujo muchas veces.
Esa
nebulosa que citabas antes, ¿era mayor hace dos mil años y será menor dentro de
otros dos mil o continuará igual de difusa?
Creo que siempre habrá una
línea, no sé cómo de gruesa. Pero, como ya he dicho antes, no soy teóloga ni
científica y actualmente hay un cambio cultural que afecta tanto a la ciencia
como a la religión. La religión afirma que continúa creyendo en lo mismo, pero
por ejemplo en la Biblia se hacen continuas referencias a los ángeles, que son
espíritus, y sin embargo si uno dice ahora que trata con ángeles le toman por
loco. Creo que nos hemos ido de un extremo a otro y por eso uno de los dos
extremos se ha ocultado. Desde luego todo lo que cuento en la novela está
basado en actas de exorcismos que he estudiado. He pasado un miedo espantoso
cuando escribía, igual que cuando lo hago sobre un asesino en serie, porque era
capaz de ver el mal encarnado. No podemos olvidar que el mal existe.
Con
la idea de la existencia de Dios, ¿ocurre como con las meigas, que haberlas
haylas?
Cuando hago cada domingo el
Camino de Santiago, a medida que voy subiendo el aire que recibo es tan bello,
tan frío y tan limpio que resulta imposible pensar que no hay nada en el más
allá. Pero Dios no es algo bello, es alguien, y pasar la belleza de algo a
alguien es lo que nos cuesta. Siempre nos preguntamos qué nos encontraremos al
otro lado de la muerte, pero no a quién.
En
la novela, ¿te decantas en un sentido u otro sobre la existencia del cielo?
No, no, los personajes
hablan por sí mismos, aunque a algunos, como Ferlucci, que es demoníaco, no le
dejo hablar porque él encarna el mal absoluto. El diablo es el padre de la
mentira y no sé porque se le califica así, cuando hace cosas mucho más
terribles. Me ha costado mucho de entenderlo. Yo parto de la existencia del
cielo, eso está claro, porque en caso contrario no tendría puerta. Sin embargo,
creo que al lector le queda la incógnita y espero que también le queden las
ganas de resolverla.
El
demonio es malvado pero tiene un punto de atracción sobre todos nosotros, ¿unas
veces queremos ser Dios y otras el diablo?
Creo que siempre queremos
ser Dios, pero no sabemos qué método utilizamos. En la novela juego todo el
rato con eso. Gerardo Vilela puede sentirse un tipo gris, pero él cree que no
lo es. Él tiene un don y le enganchan por su soberbia de querer ser Dios. Y por
ello está dispuesto a pagar un precio muy alto. Todos sabemos que poseemos una
chispa de belleza o de inteligencia y por ahí se nos engancha. Y si el
personaje, para desarrollar su don, ha de aliarse con el diablo, lo hace.
Hablando
de Gerardo Vilela, como protagonista es un poco especial. Es un actor que
incluso trata de engañar al lector.
Sí y pienso que engañar al
lector es como engañarse a sí mismo. Gerardo se reserva cosas como arma
literaria porque está claro que no puedes suministrar toda la información de
golpe. Precisamente esa era una de las dificultades de la novela, ya que había
que introducir las cosas en el momento preciso, porque si no la narración se
estropeaba. Quizá esta haya sido una de las causas de mi tardanza en acabarla.
La última por hoy: la jueza Lola MacHor ha sido protagonista de varias de tus novelas anteriores, ¿la has abandonado definitivamente?
No, no, de hecho mientras escribía 'La puerta del cielo' he ido recopilando documentación para otra novela suya, que está ya diseñada y que pronto comenzaré a escribir. Será mi próxima novela.
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 09/03/2015
Herme Cerezo/SIGLO XXI, 09/03/2015
SOBRE REYES CALDERÓN
Reyes Calderón compagina escritura con la docencia. Doctora en Economía y Filosofía, es profesora en la Universidad de Navarra, de cuya facultad de Economía es decana desde 2008. Visitante en las universidades de Berkeley y La Sorbona, su firma es asidua en artículos y conferencias. Público y crítica han aplaudido su saga, protagonizada por la jueza Lola MacHor, compuesta por los títulos ‘Los crímenes del número primo’, ‘El expediente Canaima’, ‘El último paciente del doctor Wilson’, ‘Tardes de chocolate en el Ritz’, ‘La venganza del asesino par’ y ‘El jurado número diez’. Ahora, sin embargo, aparca por un tiempo a la jueza y nos presenta su novela ‘La puerta del cielo’, editada por Planeta.
Reyes Calderón compagina escritura con la docencia. Doctora en Economía y Filosofía, es profesora en la Universidad de Navarra, de cuya facultad de Economía es decana desde 2008. Visitante en las universidades de Berkeley y La Sorbona, su firma es asidua en artículos y conferencias. Público y crítica han aplaudido su saga, protagonizada por la jueza Lola MacHor, compuesta por los títulos ‘Los crímenes del número primo’, ‘El expediente Canaima’, ‘El último paciente del doctor Wilson’, ‘Tardes de chocolate en el Ritz’, ‘La venganza del asesino par’ y ‘El jurado número diez’. Ahora, sin embargo, aparca por un tiempo a la jueza y nos presenta su novela ‘La puerta del cielo’, editada por Planeta.
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