«¿Era acaso odio el
sentimiento que envenenaba su alma y su sangre, sus pensamientos y el aire que
respiraba y parecía volverse de luto en sus pulmones? ¿De verdad era odio? ¿O tal vez más bien
envidia, esa pasión ruin a la que siempre pintan flaca, porque muerde pero no
come?» Estas palabras bullen en la mente de Ana de Mendoza, princesa de Éboli,
con ellas, Juan Manuel de Prada introduce al lector en el hilo argumental de ‘El castillo de diamante’, su nueva novela,
editada por Espasa, obra que trata acerca
de la relación entre la propia Ana de Mendoza y Santa Teresa de Jesús, la
primera, inmersa en la búsqueda del triunfo mundano para alcanzar la supremacía
entre los grandes de España; la segunda, en la búsqueda de la unión plena con
Dios, plantando cara al fariseísmo religioso y burlando las asechanzas del
poder político. A su manera, ambas mujeres se abrirán paso en un mundo que no
resulta fácil y pretende devorarlas. El escritor baracaldés anduvo por Valencia
a finales de octubre. Entre ruido de cafeteras, platos gangosos y otros
murmullos colaterales, propios del bar en que nos encontrábamos, dispusimos de
un hueco lo suficientemente amplio para conversar sobre su novela durante unos
minutos.
No
parece que se haya escrito demasiado acerca de las relaciones entre Ana de
Mendoza, princesa de Éboli, y Santa Teresa de Jesús, Juan Manuel, ¿te apetecía
escribir esta novela especialmente por este motivo?
No, eso solo es propaganda
editorial, no sé cómo decirte, hay temas sobre los que se han escrito mil
obras, imagínate por ejemplo los clásicos, no, no tiene nada que ver con eso.
Me apetecía porque creía que reunía todos los ingredientes de una buena novela:
dos personajes potentes, un conflicto y, a partir de ahí, un crescendo
dramático que hace atractiva la historia y que me permitía fabular ya que,
aunque su relación está documentada, existen muchas lagunas. Entre ellas había
diferencias, pero no sabemos cuáles eran o por qué se conocían. Esta débil
trama histórica me permitía colocar elementos de ficción.
¿Has
aprovechado los diálogos para introducir la ficción en ‘El castillo de
diamante?
No, no, como he dicho
desconocemos la relación que mantenían. Yo la dibujo muy íntima porque la
imagino así, casi de complicidad al principio para decaer después. Claro que
eso es una libre interpretación mía. Toda la primera parte de la novela es
ficción, puesto que conocemos que Santa Teresa pasó un tiempo en casa de una
prima suya, pero no sabemos si se conocieron allí o no.
¿El
título lo tenías claro desde antes de sentarte a escribir?
El título me costó de
encontrar, pero sí que lo tuve claro antes de comenzar la escritura de la
novela. Está tomado del comienzo del libro de
‘Las Moradas’ de la propia Santa Teresa.
Para
construir ‘El castillo de diamante’ has tenido que insuflar nueva vida en Santa
Teresa y en Ana de Mendoza, por así decirlo las has despertado quinientos años
después para invitarlas a caminar por las páginas del libro, ¿qué has sentido
al hacerlo?
A mí me interesaba Santa
Teresa desde hace mucho tiempo y siempre me ha parecido que su figura había
sido maltratada por la literatura. En general, sus biografías presentan un tono
hagiográfico o tergiversador, que trata de mostrar en ella otras cualidades,
como si no le bastase con ser santa. A mí me apetecía dibujar una imagen
enfocada desde otro ángulo, bien alejada de la empalagosidad archisabida y de
ese concepto del feminismo con el que suelen presentarla. El caso de la
princesa de Éboli es distinto. Se sabe poco de ella. Sus últimos años están más
documentados, pero sobre la etapa de su vida que yo cuento los datos son
escasos, lo que me permitía colocar al personaje justo ahí. Una vez convertidas
ambas en personajes, la responsabilidad es mucho menor, porque dejan de ser
esas estatuas del mausoleo de mujeres célebres y se convierten en los personajes
de carne y hueso que he retratado en su intimidad.
Hasta
ahora, creo, no habías incursionado con tus novelas en un tiempo tan lejano del
actual, ¿para ambientarla te has servido de libros de historia o has releído
los clásicos castellanos de entonces?
Te diría que me he servido
sobre todo de textos de la época. Esta es una novela que trata de recuperar el sabor de la literatura
de entonces, de la literatura del siglo XVI y comienzos del XVII, la de
Cervantes, Garcilaso, Fray Luis… Por supuesto, para documentarte sobre aquella
España lees otras cosas, aunque yo ya conocía bien a estos dos personajes.
Desde luego mi pretensión no ha sido crear una novela erudita, sino transmitir
el clima del momento que se desprende de la lectura de los clásicos.
En
‘El castillo de diamante’ defines las conversaciones entre Santa Teresa y Dios
como “un cuchicheo de enamorados”, ¿esta relación guarda parecido con las
conversaciones entre marido y mujer?
Bueno, se trata de una
relación personal. Quizá tratar a Dios como a alguien próximo a ella sea la
gran aportación de Santa Teresa a la fe católica. Para ella, y para cualquier
monja también, Cristo es su esposo y el vínculo que establecen es de amor, sin
el componente erótico que le damos hoy a esa palabra. Es una relación de
intimidad, de unión profunda, una unión mística entre su alma y Dios.
Utilizas
un lenguaje respetuoso con la época a la vez que actual, lo que agiliza la
lectura, ¿tu idea era conseguir un equilibrio entre ambos lenguajes?
Mira, la verdad es que me ha
salido así, sin forzar nada, de un modo natural.
Enhorabuena…
Soy una persona muy
habituada a leer clásicos españoles y la escritura brotó así. No he querido en
ningún momento hacer un pastiche de aquel lenguaje, porque quedaría grotesco,
pero sí que he buscado que la novela tuviera el perfume de la época. Desde
luego no existe ninguna fórmula para conseguirlo, solo es el resultado del poso
de lecturas de toda la vida, con menciones explícitas a Cervantes y Santa
Teresa. Quizá esto sea lo único premeditado, porque he introducido frases suyas
en sus diálogos, pero el resto me ha salido de modo natural.
Quizá
esa fórmula que no existe, haya consistido en utilizar palabras de antes bajo formas
actuales de hablar.
Bueno, lo cierto es que ni
siquiera hablan como antiguamente, aunque puede producir esa impresión. Se
trata de un falso lenguaje que yo he generado bajo los parámetros de la ficción
y a la gente le suena como del siglo XVI, pero sin que necesariamente lo sea.
En
un pasaje del libro tropezamos con este texto: «Le habían denegado la lectura
de libros en romance, le habían impedido la oración mental», ¿la oración mental
estaba prohibida porque era considerada como una práctica protestante?
Efectivamente, la oración
mental era sospechosa de influencia protestante. Piensa que todas las herejías
que surgieron en aquel momento, y que compartían puntos de contacto con el
luteranismo, lo que buscaban era suprimir la mediación de la Iglesia a través
de los sacramentos y de otras prácticas, entre ellas la oración. La Iglesia
había establecido una serie de oraciones canónicas y los alumbrados postulaban
la oración mental, que era un modo de negar la autoridad de la Iglesia en esta
materia. En realidad, la Iglesia nunca prohibió a nadie rezar utilizando sus
propias palabras, pero sí dijo que hacerlo así era una manera de negar validez
a las oraciones rituales establecidas por ella.
Santa
Teresa, sin duda, era una mujer peculiar. Varios aspectos de su persona y de su
vida llaman la atención. Por ejemplo, además de los conventos de monjas, fundó
también conventos de frailes, ¿podría hacerse hoy algo similar?
Sí, es cierto, y es cierto
también que es algo raro. Seguramente, hoy también podría hacerse pero no se
hace. Este hecho solo se ha producido en su época. Por eso cuando se dice que
es una adelantada de su tiempo pregunto a qué siglo pertenecía, si al XVI, al
XVII o al XVIII. Después de Santa Teresa no ha habido mujeres que hayan hecho
lo mismo y quizá entonces el que estaba adelantado era el siglo XVI. La gente
tiene ideas preconcebidas, que proceden de la Leyenda Negra, cargadas de
tópicos. El Concilio de Trento, por ejemplo, se presenta como algo retrógrado
y, en realidad, permitió purificar la Iglesia y acabar con la corrupción a
través de sus reformas. Es lo mismo que ocurre con Felipe II, al que venden
como un rey oscurantista y retrógrado, cuando en realidad fue el monarca que
rompió con los privilegios que tenía el papado en España. A partir de su
reinado, todo privilegio papal no se cumplía sin su consentimiento.
Otra
peculiaridad de la santa consiste en su afición por los libros de caballerías,
¿quizá su espíritu luchador, guerrero, procede de esas lecturas?
Sin duda ninguna influyó en
ello. Esa es una de las propuestas que formulo en la novela. Si nos paramos a
pensar en que una mujer ya anciana, comenzó su obra a los cuarenta y siete años
de entonces, que eran muchos, se lanzó a los caminos a lomos de mulas o carros
destartalados, evidentemente tenemos que pensar que sí poseía un ideal muy
semejante al caballeresco. En aquella época, cada día avanzaban cuatro o cinco leguas
diarias como máximo, durmiendo en ventas y lugares estrafalarios. No sé si
tenía un cierto aire de caballero andante o si se puede hablar de que, en el
fondo, personifica al eterno español, el Quijote, como si fuera una
premonición, un tipo gris, mediocre, igual que lo era Santa Teresa en un
momento histórico en el que ser monja era como ser oficinista o funcionario en
la vida actual. Tal vez ella decidió cambiar de tipo de vida y eso es un
componente muy quijotesco también.
Volvamos
por unos instantes a la relación entre Santa Teresa y Ana de Mendoza. ¿En ‘El
castillo de diamante’ existe un fenómeno de seducción entre ambos personajes?
Seguro. En toda relación
humana alguien es atraído por otra persona. Ambos personajes sienten una
atracción mutua, porque ven brillante al otro, al tiempo que también notan una
repulsión, porque existe algo en él que les hiere. Santa Teresa aprecia en Ana
de Mendoza esa especie de tensión, un poco desquiciada, que nos produce el
apego por las cosas materiales, y Ana percibe ese desapego, que proviene de lo
espiritual, y que le reconcome y enfurece por no ser como ella.
¿Podríamos establecer que
Santa Teresa representa el poder religioso y Ana el poder político?
Simplificando sí, pero la
princesa de Éboli fue una persona que, aunque efectivamente su prioridad era el poder
político, sentía una inquietud espiritual sincera y, muy probable también,
retorcida y herida. Santa Teresa, sin embargo, sabe desenvolverse tanto en el mundo
como en los círculos políticos. Gracias a ello llegó a donde llegó. La verdad
es que ambas representan la difícil cohabitación entre ambos poderes.
Como
observador de la realidad que también eres, ¿serías capaz de trasplantar ese
enfrentamiento político-religioso al día de hoy en nuestro país?
Quizá sería posible
establecer ese enfrentamiento entre el presidente de la Comunidad Valenciana y el
arzobispo Antonio Cañizares [risas]. Es evidente que actualmente ni la política
española ni la religiosa viven su edad de oro. La gente no acepta que a los
monstruos los genera el medio y que con los genios ocurre igual. Es difícil que
en épocas de decrepitud surjan genios, necesitamos momentos de pujanza para que
se produzcan. Los analfabetos presentan a Santa Teresa como un ser único,
cuando en realidad en su época había cientos de mujeres como ella. De hecho en
la novela aparecen y estas personas buscaban exactamente lo mismo que ella. Era
gente que descollaba sobre un humus que hoy no existe y que resulta imprescindible
para producir personajes de este calibre.
Por
las páginas de ‘El castillo de diamante’, entre otros, desfila un personaje
importante: Antonio Pérez, secretario de Felipe II, un tipo que tal vez merezca
una novela. ¿Estamos ante un precursor de los actuales corruptos?
Antonio Pérez no era un
corrupto, era otra cosa. Era un hombre de gran cultura, que había estudiado en
diversas universidades europeas. Hablaba francés, italiano y latín. Hoy no creo
que haya políticos que hablen latín [sonrisa]. Era un tipo con pocos
escrúpulos, libertino, que según se cuenta funcionaba a vela y a vapor, pero no
creo que admita comparación con ningún político actual. Resulta un personaje
atractivo, pero también empalagoso y cargante, obsesionado por el lujo y el
boato, refinado y pérfido, que llegó a ejercer un dominio espiritual
sorprendente sobre el rey. Supo entender la psicología del monarca y encauzar
las decisiones reales por los caminos que a él le interesaban. Lo manejó bien y
cuando escapó de España se convirtió en una especie de árbitro de la elegancia,
que contaba chismes continuamente, toda una atracción en la corte de Francia.
No le puedo perdonar que, por su culpa, la pobre Ana de Mendoza firmara su
propia sentencia de muerte y por eso en la novela lo he convertido en una
especie de zascandil de la princesa, cuando en realidad fue al contrario y
quien dominaba era él.
Y
la última por hoy: ¿por qué conocemos tan poco nuestra propia historia?
Esto tiene que ver con lo
que comentaba antes sobre la Leyenda Negra. España es la única nación que ha
aceptado la historia que le han escrito otros, una historia destructiva y
denigratoria, naturalmente. Lo hemos aceptado y en el español medio se ha
desarrollado una serie de culpas y de sentimientos de inferioridad que son
paralizantes, esterilizantes y que nos llevan a no aceptar nuestro pasado.
Partimos siempre de la base de que España ha sido una especie de fardo que ha
lastrado el progreso y que no ha aportado grandes personajes a la Historia
Universal. Todas estas cosas han generado una especie de freno para revisar
nuestra historia con naturalidad.
Herme Cerezo
SOBRE JUAN MANUEL DE PRADA
Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, ‘Coños’, y los relatos de ‘El silencio del patinador’ sorprendió a la crítica por su poderosa imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental ‘Las máscaras del héroe’ (Premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE). En 1997 recibió el Premio Planeta por ‘La tempestad’ que ha sido traducida a más de veinte idiomas. Su tercera novela, ‘Las esquinas del aire’ también fue recibida con buenas críticas, así como ‘Desgarrados y excéntricos’. Por ‘La vida invisible’ recibió el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa y con ‘El séptimo velo’ se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León. Sus últimas obras han sido ‘Me hallará la muerte’ y ‘Morir bajo tu cielo’. En el territorio periodístico, De Prada ha sido galardonado con los premios Mariano de Cavia o Julio Camba, entre otros.
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