Víctor del Árbol conquistó el pasado 6 de
enero el Premio Nadal con su novela ‘La víspera de casi todo’, editada por
Destino. En ella, Germinal Ibarra, un policía lastrado por su pasado, desencantado y destinado por voluntad propia a una comisaría de La Coruña, tras la
resolución del sonado caso del asesinato de la pequeña Amanda, que lo convirtió
en el héroe que él nunca quiso ser, trata de sobrevivir. Pero este refugio
queda truncado una noche, cuando reclama su presencia una mujer que ha sido
ingresada en un hospital, con contusiones que hablan de una evidente violencia.
El cruce de ambas historias en el tiempo, se convierte en un mar con dos barcos
en rumbo de colisión, que irán avanzando sin escapatoria posible. Con este
panorama como telón de fondo, pude conversar un rato con el escritor barcelonés
en su visita a Valencia para promocionar el libro.
Víctor,
enhorabuena por la novela, enhorabuena por el Premio Nadal.
Gracias.
¿Qué significa
para ti ganar el Premio Nadal, uno de los más prestigiosos de las letras
hispanas?
El Nadal lo tiene todo. Considero que este es
el primer gran Premio que he ganado en España. El Nadal guarda una liturgia
especial, porque se entrega en la noche del Día de Reyes, y contiene la carga
emocional de que grandes escritores de nuestro país como Carmen Laforet, Miguel
Delibes, Andrés Trapiello y otros muchos más lo han ganado. Es un galardón que
conjuga lo comercial con lo literario. Llevo ya tres meses de promoción y,
aunque el tirón inicial ya ha pasado, sigo disfrutándolo a tope.
Aunque a ti no te
gusta, se te adscribe al territorio de la literatura policiaca, ¿el hecho de que hayas ganado el
Premio Nadal es bueno para la novela negra?
Creo que es bueno para el género negro y
también para el propio Premio. A mí no me gusta que me etiqueten de ese modo,
porque las etiquetas no me agradan, pero tiene el lado positivo de que, como el
género negro es literatura eminentemente popular, ganar el Nadal significa un
cierto reconocimiento de que lo popular también puede tener ambición literaria.
Quizá no te guste porque eres un escritor muy preocupado por la
prosa y por la poesía de la prosa.
Sí, es exactamente así, aunque no me
considero un esteta. La estética, por sí misma, me parece un ejercicio vacuo,
pero asumo y entiendo que nuestro medio es la palabra y la palabra es
suficientemente rica en matices para crear realidades paralelas. Tú puedes
contar algo fuerte, desagradable, pero siempre habrá una cierta belleza, que no
tiene tanto que ver con la estética sino con el punto de vista desde el que se
cuenta el suceso. El narrador en tercera persona es un demiurgo, a veces
implacable, pero siempre compasivo con la realidad.
¿Cómo surge la
chispa o la imagen inicial que dio pie a la escritura de ‘La víspera de casi
todo’?
Como en todas mis novelas, el inicio arranca
con el título, porque para mí el título es la conjunción de la idea, el momento
en que todo se vuelve conciso y empiezo
a girar sobre el tema en cuestión. ‘La víspera de casi todo’, por un lado, es
un título poético y la novela está cargada de poesía, incluso su estructura
tiene algo de poema épico; y por otro lado, concita la idea de que la víspera
de todo sería el futuro, aunque no podemos concebirlo todo porque hay un casi
que es el pasado. Mis personajes proceden del pasado, arrastran una carga muy
fuerte y viven el presente, que solo es un vivir, porque el futuro es una
completa incertidumbre.
El pasado es un
elemento indispensable en tu novela y en la literatura en general.
Sí, el pasado en mi narrativa es un recurso recurrente. Todos mis personajes vienen de alguna parte. No está claro hacia dónde vamos, pero sí de donde procedemos. Para conseguir un personaje, no verosímil sino veraz, hay que dotarle de una carga suficiente de biografía, que lo torne creíble. Y el lector no ha de entenderlo, solo percibirlo. Perfectamente podría haber obviado el pasado de los personajes y centrarme en la trama, pero creo que de este modo todo funciona mucho mejor.
Sí, el pasado en mi narrativa es un recurso recurrente. Todos mis personajes vienen de alguna parte. No está claro hacia dónde vamos, pero sí de donde procedemos. Para conseguir un personaje, no verosímil sino veraz, hay que dotarle de una carga suficiente de biografía, que lo torne creíble. Y el lector no ha de entenderlo, solo percibirlo. Perfectamente podría haber obviado el pasado de los personajes y centrarme en la trama, pero creo que de este modo todo funciona mucho mejor.
A algunos
personajes les reconstruyes su historia, a otros simplemente la prosigues,
trabajas estructuras muy laboriosas.
Es cierto y eso lleva mucho tiempo de
preparación, pero lo que he intentado conseguir es algo parecido a una
radiografía de la realidad. Pienso que somos seres intratemporales, porque
vivimos todos los tiempos a la vez, pasado, presente y futuro. Nos nutrimos de
los recuerdos, de las acciones actuales y de expectativas sobre lo que ocurrirá
después.
«Admiro a la gente
que lucha por sus sueños», pronunciaste esta frase la de la entrega del Nadal.
Imagino que te referías a los personajes de ‘La víspera de casi todo’. Juntando
a unos, los personajes, y a otro, su autor, es decir, tú, ¿Víctor del Árbol
podría ser perfectamente el protagonista de esta novela?
Totalmente, esto es como la frase de Flaubert:
«Madame Bovary soy yo». Víctor del Árbol es un personaje más de la novela y sin
duda es la primera vez que me he atrevido a identificarme tanto con uno de
ellos, en concreto, con Germinal Ibarra. Él y yo tenemos muchos puntos en común,
somos personas lastradas por nuestro pasado personal, por la relación con
nuestros padres, con la locura y ambos fuimos policías.
Germinal Ibarra
tiene un nombre muy evocador, ¿un claro homenaje a Émile Zola, no?
Sí,
claro, su padre era anarquista y Germinal es uno de esos nombres que ponían a
sus hijos.
Sí, la clave de la novela, en lo que a música
se refiere, está en el apellido Mahler, que yo he transformado cambiándole las
vocales. Mahler compuso una obra titulada ‘Canciones a los niños muertos’ y
creo que ese es el tono propio de esta novela, que aunque tiene «allegretos»,
sobre todo presenta una música solemne que hace un canto a la melancolía y a la
belleza de la tristeza.
La acción se inicia con una niña muerta, ¿no está abusando un poco el género
negro de estas historias o, con respecto a la realidad, todavía estamos en
mantillas y queda mucho horror por contar?
Te voy a hablar de mi caso. Suelo utilizar
mucho a los niños muertos como punto de partida de mis novelas. Es algo
simbólico. Para mí, la muerte de un niño o los abusos significan la pérdida de
la inocencia primigenia con toda crudeza. Siempre trato estos temas de un modo
muy delicado, porque se corre el riesgo de convertir en pornografía de la
violencia algo que va mucho más allá de la muerte de una niña. En las tres
primeras páginas de esta novela, el crimen ya está resuelto y, a partir de ahí,
arranca la historia. Es decir, yo comienzo cuando termina la novela policiaca
clásica. Digo todo esto porque a mí no me interesa recrearme en los detalles de
los actos violentos, sino conocer porqué un determinado individuo obra de un
modo concreto y el efecto dañino que su acción causa en los demás.
Leemos en el texto
esta frase: «Una bala es un objeto perfecto, estético. Una píldora contra el
dolor, un remedio definitivo». Nunca me había planteado el valor terapéutico de
una bala.
Las balas tienen un valor terapéutico
definitivo [sonrisa] y, además, estéticamente son un objeto perfecto, de una
precisión absoluta. Tú colocas una bala sobre la mesa y la admiras, pero cuando
piensas que sirve para matar el asunto cambia. El ser humano es capaz de
diseñar cosas perfectas para matar.
La última por hoy:
aunque todavía te encuentras en plena promoción, ¿llevas ya en mente algún nuevo proyecto literario?
Sí, además y teniendo en cuenta que estoy en
promoción, que me impide no solo escribir sino sobre todo concentrar mis
pensamientos, lo llevo bastante avanzado. Se trata de una historia más
luminosa, que hablará de la tercera edad y de todo lo que ello comporta.
SOBRE VÍCTOR DEL ÁRBOL
Víctor del Árbol (Barcelona, 1968).
Seminarista y «mosso d’esquadra»
durante dos décadas, estudió Historia en la Universidad de Barcelona y
participó durante dos años como locutor y colaborador en un programa de
realidad social de Radio Estel. Fue finalista del Premio Fernando Lara en 2008
con ‘El abismo de los sueños’, obra que permanece inédita, y ganó el Premio
Tiflos de Novela en 2006 con ‘El peso de los muertos’, que fue su primer libro
publicado. El éxito nacional e internacional le llegó de la mano de su segunda
novela, ‘La tristeza del samurai’, que le abrió las puertas de las librerías de
medio mundo. Fue finalista del Premio Novelpol en 2012 y galardonado con La
Prix du Polar Européen a la mejor novela negra europea por la revista francesa
Le point. A principios de 2013 se editó ‘Respirar por la herida’ y en 2014 publicó
su anterior novela, ‘Un millón de gotas’.
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