‘En busca de April’, tercera
novela de la serie protagonizada por el forense Quirke, no defrauda. Al
contrario, reafirma todas las bondades y cualidades que se anunciaban, y
detectábamos, en las dos entregas precedentes. Una mujer, April Latimer, amiga
de Phoebe, la hija de Quirke, ha desaparecido sin avisar, sin dejar huella, y
nadie conoce su paradero. De ello se entera el forense recién vuelto de su
terapia antialcohólica, que le ha tenido recluido durante seis semanas en el
Hospital de San Juan. A partir de ahí, comienza la búsqueda de la mujer
desaparecida.
Benjamin Black, el otro nombre
del escritor John Banville, casi un alias ya, sigue siendo, a mi juicio, uno de
los más altos valores, sino el más alto de todos, de la novela negra actual. A
los rasgos clásicos del género, Black le ha añadido un barniz literario de
primer orden y una espléndida profundidad de personajes. En esta entrega, desde
el primer momento tenemos claro lo que ocurre y, apenas hemos leído las cien
primeras páginas intuimos el desenlace, siempre con riesgo de equivocarnos,
claro está. Pero no lo vemos. El desenlace, quiero decir. El gran mérito de
Black es que el lector, aunque lo tiene delante de sus narices, bien patente,
no es capaz de darse cuenta hasta el último capítulo. Por eso, el desenlace se
le antoja lógico ya que, sin duda, es el único punto final coherente y
consecuente con todo lo narrado a lo largo de las trescientas y pico páginas de
la novela. Claro que, en Benjamin Black, en sus historias, el final no importa
tanto como en otras.
En (es complicado el soniquete
reiterado de las dos proposiciones seguidas) ‘En busca de April’, tropezamos
también con un retrato pormenorizado de la sociedad irlandesa, especialmente de
su clase alta, preocupada por el mantenimiento de las apariencias, como en una
especie de preservación de su estirpe, de su casta, de sus privilegios ancestrales.
La moral católica irlandesa no perdona, es inflexible. Hay que aparentar
bondad, naturalidad, hasta cierta indiferencia incluso, para que todo se
preserve, para que todo siga igual, para que parezca que nada pasa. En medio de
todo esto se mueve Quirke, a caballo entre los dos estratos sociales. La
búsqueda de April se convierte, de este modo, en una suerte de bisturí que abre
las tripas de todo esto. Sin lenitivos.
La acción se ubica y desarrolla
en el Dublín de los años cincuenta. Del siglo XX, obviamente. Una imagen
brumosa, nocturna muchas veces bajo el
halo amarillo de la luz de las farolas, con una pizca de misterio para dar
color, negro, intrigante, nocturno, al asunto.
En la búsqueda, el propio Quirke cuenta con la colaboración de un policía: el
inspector Hackett, que aporta los detalles más técnicos del proceso de
investigación, su olfato sabueso, imprescindible en toda novela negra, con
métodos rigurosos pero nada sofisticados, completamente alejado de ceséis y
similares, y con un puntito de acción que no llega a ser tal.
La sorpresa, en esta novela, no
viene en la resolución del problema, ya dije antes que no importa tanto, sino
en los acontecimientos que se van a producir en la propia vida del forense
metido a investigador. Este detalle, así como la minuciosa descripción de las
actitudes de cada uno de los personajes en cada escena, es lo que confiere a
las novelas de Benjamin Black un carácter diferente, literario, probablemente
único.
Ahora que publico esta crítica de
‘En busca de April’, que apenas apareció en el mercado español a finales de
2011, se anuncia la inminente publicación de la cuarta entrega de la serie. La
espero con impaciencia. Con mucha impaciencia.
‘En busca de April’
Alianza Editorial, noviembre 2011.
327 páginas y 19,50 euros.