Creo que, a estas alturas, no hay nadie en el
pentágono peninsular que no conozca a Miguel Ángel Revilla (Polaciones,
Cantabria, 1943), ex-presidente de la Comunidad Cántabra, autonomía que gobernó
durante el periodo comprendido entre los años 2003 y 2011. Momentáneamente
retirado de la palestra pública, “Revilluca” como le llaman sus conciudadanos,
ha recopilado sus recuerdos políticos en un jugoso libro que lleva por título
‘Nadie es más que nadie’, publicado por Espasa, que ya anda por su tercera
edición y del que advierte que “si
después de leerlo alguien se queda sin saber lo que ocurre en nuestro país, le
reintegro su importe en anchoas”.
El primer tema de conversación es casi obvio:
¿por qué ese título? “El título nace de
mi deseo de desmitificar a personajes que sobrevuelan vidas y haciendas. En sus
páginas los he puesto a nivel de la calle, con sus luces y sombras, porque estoy
convencido de que tenemos que intentar que nadie sea más que otro, sin que
importe su condición social, económica o política. Yo no agacho la cabeza ante
nadie”. Buena parte de que Miguel Ángel Revilla haya podido escribir esta
obra se debe a Severiano Ballesteros, ya que cuando el fallecido jugador de
golf se encontraba en su momento más álgido y Miguel Ángel Revilla todavía no
era un político conocido, coincidieron en el aeropuerto de Barajas con el
propósito de adelantar en veinticuatro horas su vuelo de regreso a Santander.
Severiano hizo gestiones para conseguir su propósito, pero puso como condición
que Revilla le acompañase en el vuelo. “Al
hacerlo, Severiano Ballesteros me prolongó la vida como mínimo veintiocho años,
ya que el avión que íbamos a tomar al día siguiente sufrió un accidente en el
que perecieron todos los pasajeros”.
Otro motivo que le ha impulsado a escribir ‘Nadie es más que nadie’ es su deseo de que se conozca mejor la génesis de la crisis actual que padecemos. “Sé que le gente se queda con las anécdotas, pero yo pretendo que se entere de por qué estamos hoy en la situación en que nos encontramos. Cuento cosas de los políticos que creo que los ciudadanos deben de conocer. Vivimos de lo que nos pagan los ciudadanos y nos debemos a ellos”. No se puede hablar de Miguel Ángel Revilla sin citar los taxis y sus desplazamientos por la capital de España en este servicio público, bien para visitar al presidente del gobierno o al mismo Rey. “Siempre fui a Madrid en avión y para hacer mis gestiones utilizaba un taxi. La gente, y eso es algo que no entiendo, me preguntaba ¿por qué? Los presidentes de Noruega o de Finlandia, por ejemplo, van en bicicleta por la calle, sin coche oficial, ni guardaespaldas. Hay que quitar un poquito de trascendencia a la cosa y verlo como algo normal”.
Sobre esta manera suya de comportarse, Miguel
Ángel Revilla señala que “todos somos la
mezcla de dos factores: los genes, heredados de nuestros padres y abuelos, y la
tierra. Ambas cosas a mí me han marcado profundamente. La tierra no es sólo la
geografía, son mis vivencias, mis vecinos, mis amigos, mis padres… Soy así
porque nací en Cantabria. Si lo hubiera hecho en La Zarzuela o en el Paseo
Pereda seguro que sería de otra manera”. Para ser feliz, el dirigente
cántabro no necesita nada extraordinario. “Ahora,
en Cantabria, es el momento de las setas. Meter en una cesta una tortilla de
patatas con chorizo hecha por mi mujer, una bota de vino y caminar veinte
kilómetros buscando setales es para mí la felicidad. Hay otros que necesitan
estar con Berlusconi, yo no. Con las setas tengo suficiente”.
‘Nadie es
más que nadie’ incluye sus opiniones sobre la Guerra de Irak, a la que califica
de desastrosa. “El Premio Nobel de
Economía, Joseph E. Stiglitz, en su libro ‘La guerra de
los tres billones de dólares’ ya advertía que si en lugar de matar gente se
hubiera invertido ese dinero en investigación, la cosa habría cambiado y ahora
no estaríamos así. De acuerdo con sus opiniones, yo vaticiné un año antes del conflicto el día después.
Está registrado en el diario de sesiones. Anuncié que el precio del petróleo,
aunque decían que iba a bajar, se multiplicaría por cinco y que la guerra significaría
la apertura de un avispero mundial, una explosión del nacionalismo musulmán de
consecuencias dramáticas para todo el mundo. Lo clavé”. Pero no todo ha de ser serio. En el libro
hay hueco para las anécdotas divertidas, tales como la facilidad que tiene Revilla
para tropezarse con gente importante en los servicios. “Entré en el wáter y aquel tío estaba allí. Además es inconfundible:
dos metros de persona, veinte kilos de medallas, vestido como un capitán
general de la marina, con su sable. Al verle dije: “¿Harald de Noruega”. “Yes”,
me respondió él. Así que cerré la puerta y tiré para afuera. Lo que ocurrió es
que al cabo de dos años, acompañé al Rey Juan Carlos a comer a Castañeda y de
repente se me perdió. Tengo problemas de próstata y, al no poder aguantarme más, entré en el servicio y allí me
lo encontré. Y como el Rey es como es me dijo: “Pasa, pasa, Revilla, que así
podrás contar que no sólo se la has visto al de Noruega””.
Sobre las repercusiones tras la
publicación de ‘Nadie es más que nadie’, Miguel Ángel Revilla señala que “a mí no me ha llamado nadie de los que
salen en el libro. Ni el Rey, ni Zapatero… Aznar, menos, claro, porque con lo
de la Guerra de Irak le meto caña, tampoco Pepiño Blanco. Sólo me ha
telefoneado Javier Rojo, que fue presidente del Senado y que también sale en el
libro”. Está convencido que después de escribir no ha variado su forma de
ser y que es “de costumbres tan fijas que
llevo cincuenta años cortándome el pelo con el mismo peluquero que, por cierto,
ya se ha jubilado pero todavía me atiende”.
Finalmente, sobre los últimos
acontecimientos de la Casa Real, Miguel Ángel Revilla dijo que estaba muy
preocupado “porque el Rey creo que tiene
una corte de aduladores al lado que no le benefician. El Rey debe rodearse de
una serie de personas que ha de decirle que lo de Botswana no está bien, que
debe informarle de lo que se opina en los mercados, en el fútbol o en cualquier
otra parte. Cuando pasó lo del elefante, inmediatamente dejé un mensaje en
twitter diciendo que tenía que salir a pedir perdón. Y el Rey lo hizo, pero no
porque yo lo dijese, claro”.
Después de la entrevista, el ex-presidente cántabro partió hacia unos grandes almacenes donde le aguardaba un gran gentío. Me contaron que en poco más de hora y media firmó ciento veinte ejemplares. Todo un éxito de este político apegado a la tierra, que sabe conectar con la fibra sensible del ciudadano de a pie.