¿El éxito de Harry Potter se debió a una niña de ocho años? ¿Arthur Conan Doyle se vio obligado por petición popular a resucitar a Sherlock Holmes? ¿Alejandro Dumas utilizaba “negros” para escribir sus folletines? ¿La Gestapo persiguió las obras de Kafka? ¿Dostoievski era un ludópata irreprimible? ¿Quién inventó el orden alfabético? Para saber todas estas cosas y unas cuantas más, solo hay que leer la última obra del escritor Santiago Posteguillo, titulada ‘La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’, que termina de publicar la editorial Planeta. ‘La última noche en que Frankenstein leyó el Quijote’ es un libro dirigido a los amantes de la lectura, que les permitirá descubrir los secretos más recónditos que guardan algunos grandes éxitos de la literatura universal.
Santiago, escribir ‘La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’ entre tantas gruesas novelas históricas debe ser como una pequeña liberación, ¿no?
Bueno, yo sigo con mis clases en la Universidad y escribiendo la continuación de ‘Los asesinos del emperador’. Este libro ha supuesto para mí la oportunidad de darle voz a una parte mía que los lectores ignoran: mi pasión por la literatura pura y dura. He tratado de novelar anécdotas, unas conocidas y otras no, para satisfacer la curiosidad del público. El libro está pensado para aquellos jóvenes que piensan que los clásicos no tienen nada que ver con ellos. He tratado de humanizarlos y de trasladarles estas curiosidades como un medio para que lleguen a Tolstoi, a Cervantes, a Dumas, a Zorrilla, a Dickens, a Verne…
O sea que estos textos, aunque inicialmente se publicaron en prensa, nacieron con vocación claramente divulgadora.
Sí, totalmente. Lo de su publicación en prensa fue un primer esbozo. En el libro cada texto está doblado o triplicado con respecto a su extensión original. Y no se trata de una mera labor recopilatoria. Cada capítulo está muy trabajado, incluso he establecido referencias cruzadas entre algunos de ellos y creo que el resultado es, al menos, amable.
Las anécdotas siempre resultan atractivas. Quizá ahora, con la que nos cae, tal vez nos ayuden a vivir un poco mejor.
Pues sí. Tengo la suerte de que a mí me funciona muy bien eso de dar clases en la universidad desde hace veinte años. Es un aprendizaje continuo. Procuro mantenerme juvenil, al menos en la cabeza, y el contacto con los alumnos me ayuda mucho, es un lujo asiático que yo intento preservar. Muchas veces me han preguntado si no pienso dejar la docencia y lo cierto es que podría permitírmelo, pero las clases de literatura me aportan mucho, tanto desde el punto de vista vital como literario, y no quiero renunciar a ellas.
Muchas de las anécdotas del libro esconden, en su comienzo, una pequeña intriga.
Efectivamente, en cada historia trato de no desvelar el nombre de su protagonista desde el principio. Quiero que el lector se involucre en la lectura y que intente averiguar por sí mismo de quién estoy hablando.
Fácilmente, muchos de estos relatos podrían convertirse en el embrión de futuras novelas, ¿no?
Sí, especialmente los que tratan sobre Dostoievski o el de Christopher Marlowe y Shakespeare. Se prestan incluso para rodar una película.
Ahora que has tocado un nuevo palo, desde el punto de vista de un autor, de un creador, ¿qué te da más juego para ficcionar: un personaje histórico, un escritor o un libro?
Todo lo que sea humano aporta muchas posibilidades y, desde ese punto de vista, tanto el escritor como el personaje histórico ofrecen mucho juego literario. El objeto, sin embargo, es más complicado. Se puede escribir una novela en torno a un objeto, pero siempre hay que ponerle a su lado alguna historia relacionada con seres humanos para que el lector empatice con él. Resulta difícil que alguien se identifique directamente con un objeto.
¿En ‘La noche en que Frankenstein leyó el Quijote’ has seguido la misma metodología de documentación que para tus novelas histórica o has variado la técnica?
Parece que no, pero aquí hay mucho trabajo. No tienes más que ver el índice onomástico de final del libro y verás la cantidad de referencias que aparecen. Lo que ocurre es que buena parte de este material procede de mis clases y ya lo tenía. En el libro lo que he hecho ha sido volcarlo de otro modo, porque no se trataba de darle formato de clase magistral sino todo lo contrario. Además, cada capítulo he tenido que ambientarlo adecuadamente y para ello ha sido preciso investigar sobre montones de lugares y momentos históricos. Mi ventaja, a la hora de sentarme a escribir, es que precisamente he aplicado la técnica adquirida en la escritura de mis novelas históricas.
Cada capítulo del libro viene precedido de un dibujo, en uno de ellos apareces tú retratado, pero ¿dónde se esconde el Santiago Posteguillo escritor?
[Risas] Pues, yo creo que no hay ninguna identificación particular por mi parte con ningún escritor concreto. Diría que aparecen opiniones y cuestiones morales y, sobre todo, algunas reflexiones mías, como en el capítulo dedicado a Raymond Chandler, que escapó ileso de una trinchera durante la Primera Guerra Mundial, en el que vengo a decir que al salir vivo de aquel nido de muerte le acompañaron también ‘El Halcón Maltés’, ‘El sueño eterno’, Humphrey Bogarth, Lauren Bacall, ‘El largo adiós’ o ‘Adiós, muñeca’.
En una oportunidad te reuniste con una escritora condenada por asesinato cuando era joven, ese es un caso conocido, pero ¿muchos escritores encierran en su interior auténticos psicópatas?
Podría ser, podría ser… Realmente la gente que escribe lo hace porque lo necesita, porque se lo pide el cuerpo y por otras motivaciones que pueden ser artísticas o incluso psicoterapéuticas. Si tiene la suerte de hacerlo entretenido, además, sale una gran novela. Hay muchas anécdotas en las que los escritores rayan el límite de las cosas, el bien y el mal. Y luego hay también contradicciones, como el caso de Dostoievski, cuya ludopatía nos ha permitido disfrutar de nuevas novelas escritas por su mano.
Charles Dickens tenía la costumbre de efectuar lecturas públicas de sus novelas y, por poco tiempo, según cuentas en el libro, no hemos llegado a conocer su voz.
Sí, es una lástima. Lo averigüé cuando buscaba documentación y artículos de prensa. Pensé que tal vez existirían grabaciones de Dickens, pero no las encontré y descubrí que había una razón y es que por seis años él no llegó a conocer el invento del fonógrafo de Edison. Así que nos hemos quedado sin escuchar la voz del escritor inglés.
La ciudad de Valencia aparece en el libro con forma de calle: el cruce de la Avenida Pérez Galdós con Ángel Guimerá y la singular coincidencia que encierra este detalle urbanístico.
Es una curiosa historia que me sorprendió mientras investigaba sobre Pérez Galdós y la historia de su Premio Nobel no alcanzado. Tenía claro que la derecha española más recalcitrante se opuso a su concesión, pero desconocía que desde Cataluña se cruzó la propuesta de Premio Nobel para Ángel Guimerá con la suya. De repente me di cuenta de que en Valencia las dos calles que llevan sus nombres se cruzan y lo hacen, además, en un cruce feo. Desde ese momento he tenido la duda de si todo es casualidad o si un urbanista culto nos ha dejado ahí esta puyita para todo aquel que sepa leer entre líneas.
Se dice que los lectores son quienes acaban las novelas, en el caso de Arthur Conan Doyle y Sherlock Holmes esta afirmación no puede ser más exacta.
Lo de Sherlock Holmes es apasionante. Su ejemplo lo utilizo en mis clases para demostrarles a los chavales que el autor no controla su obra, si es buena, claro. Pérez Reverte comentó una vez que hay mucha gente que piensa que Alatriste existe. Está tan bien documentado, tan bien escrito y es tan popular que lo creen así. Pero el paradigma de Sherlock Holmes es que llegó un momento que el personaje superó con creces a su autor. Sherlock era un personaje con aristas, que se drogaba, que era un desordenado, que precisaba de Watson para aclararse en el día a día. Todo eso le otorgaba una gran humanidad y lo hacía tan creíble que cuando tú pasas por Baker Street automáticamente piensas: aquí vive Sherlock Holmes. No hay ninguna duda. Su popularidad fue tan grande que Conan Doyle, a petición de los lectores, tuvo que “resucitarle” después de haberle matado en una novela.
En el libro también hay un pequeño rincón para hacer un guiño a los editores, como el caso de las novelas protagonizadas por Harry Potter que se publicaron gracias a una niña.
Hay que entender que los editores se marean a veces. Es lógico, ellos quisieran saber cuál es la obra maestra de los centenares de manuscritos que reciben. Con la literatura infantil se ha producido un error sistemático que radica en que los adultos siempre han decidido qué es lo que tienen que leer los niños. Y los niños, lógicamente, prefieren cosas completamente diferentes. En el caso de Harry Potter, la grandeza del editor estuvo en el hecho de que decidió hacerle caso a su hija, que había leído apasionadamente el borrador, y publicar la novela, aunque con una tirada inicial de mil quinientos ejemplares. J. K. Rowling, como Tolkien en su momento, ha sido capaz de crear un mundo propio con un derroche de imaginación. Conseguir que muchos jóvenes se pasen toda la noche esperando que abran una librería para comprarse un libro de ochocientas páginas tiene un mérito enorme.
Cerramos la entrevista con un libro poco conocido de Jules Verne: ‘París en el siglo XX’, una visión futurista muy parecida a nuestra realidad de hoy, que salió a la luz en 1989.
Sí, es una historia curiosa que presenta una imagen tan triste del futuro que por eso no tuvo la acogida que Jules Verne esperaba de su editor y permaneció tanto tiempo guardada en un cajón. Verne retrata en el libro nuestro presente y, entre otras cosas, cuenta que el ministro de Finanzas francés controla la cultura y afirma que todos estamos movidos por el demonio del dinero. Si Verne fue capaz de prever el submarino, los viajes a la luna y otras cosas parecidas estaba claro que se trataba de una mente privilegiada y, por tanto, ¿cómo no iba a intuir y predecir lo que escondía el pensamiento del ser humano del futuro?
SOBRE SANTIAGO POSTEGUILLO
Santiago Posteguillo, filólogo, lingüista, doctor europeo por la Universidad de Valencia, es en la actualidad profesor titular en la Universitat Jaume I de Castellón, donde imparte clases de lengua y literatura inglesa, con atención especial a la narrativa del siglo XIX. Autor de más de setenta publicaciones académicas, en 2006 publicó su primera novela, ‘Africanus, el hijo del cónsul’ (2006), primera parte de una trilogía que continúa con ‘Las legiones malditas’ (2008) y `La traición de Roma’ (2009). En 2008 quedó finalista del Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad de Zaragoza con ‘Las legiones malditas’ y el año siguiente se le entregaron los premios de Mejor Novelista Histórico Hislibris 2009 y Mejor Novela Histórica Hislibris 2009 por ‘La traición de Roma’. En 2010, la trilogía de Escipión ha continuado recibiendo diversos reconocimientos, como el Premio de la Semana de Novela Histórica de Cartagena y el Premio de las Letras Valencianas otorgado este año a Santiago Posteguillo por la Generalitat Valenciana. En 2011, ‘Los asesinos del emperador’,su última novela, quedó finalista en los Premios de la Crítica Literaria Valenciana y en los premios Hislibris.com. El programa cultural «Continuará» de La 2 de Televisión Española en Cataluña concedió a Santiago Posteguillo el Premio de las Letras 2012.