Samuel y Mercedes
contemplan con preocupación el futuro de sus dos hijas, Miriam y Sara, ante la
inminente descolonización de Marruecos y el regreso de los españoles del
Protectorado a la Península. Estamos en Melilla, son los años cincuenta y, en
ese contexto de cambio e incertidumbre, el matrimonio decide viajar a Málaga
para establecerse en una España que comienza a abrirse lentamente a la
modernidad. De la mano de cinco miembros de una misma familia, los Caro, esta
saga recorre treinta años de nuestra historia y transita por ciudades como
Melilla, Tetuán, Málaga, Zaragoza o Barcelona. Los deseos e ilusiones de Samuel
y Mercedes, de sus hijas y de sus nietos se verán condicionados por secretos
inconfesables en una vida que transcurre fugaz e inesperada. 'La buena
reputación' es la última entrega de Ignacio Martínez de Pisón, editada por Seix
Barral, una novela sobre la herencia que recibimos del pasado y sobre el
sentimiento de pertenencia y la necesidad de encontrar nuestro lugar en el
mundo. El escritor aragonés acudió a la Fira del Llibre de València para
presentarla. Minutos antes del acto, pudimos charlar un rato sobre su novela,
mientras el helicóptero de la policía sobrevolaba el cielo de la ciudad,
oteando el desarrollo de la manifestación conmemorativa del 25 d’abril.
Ignacio, ‘La buena reputación’ la has
dividido en cinco novelas y en su contenido aparece la comunidad de judíos
melillenses, ¿la has estructurado así recordando los cinco libros que componen
el Pentateuco?
[Sonrisa]
Está bien esta observación, pero la estructura no responde a nada de esto. Sin
embargo, sí que he de manifestar que mientras me documentaba para escribirla,
observé que muchos personajes de la Biblia podrían explicar la actitud de
algunas personas que viven hoy. Sin ir más lejos, las historias de Miriam y
Sara perfectamente podrían ser las equivalentes a la parábola del hijo pródigo.
Publiqué un libro titulado ‘La guerra africana’, que respondía a mi obsesión por la Guerra de África, centrado también en Melilla sin haber visitado la ciudad aunque sí conocía el Norte de Marruecos. Hace cuatro años viajé hasta allí, porque me invitaron para participar en unas jornadas sobre cinematografía. Recorrí sus calles con detalle y me fascinó. Melilla, que antiguamente era poco más que una fortaleza, comprime en buena medida la historia del siglo XX y no tiene nada que ver con los incidentes en la valla que vemos ahora en los telediarios. Empezó a desarrollarse hacia el 1900 y mientras contaba la vida de la familia que protagoniza la novela, me di cuenta que también narraba la historia de la ciudad. Muchos conflictos históricos del siglo pasado, como la descolonización o la persecución de los judíos, afectaron a Melilla aunque fuese en sus últimas oleadas. Además se asienta en tierra fronteriza, un tipo de territorios en el que menudean los conflictos y a fin de cuentas un escritor lo que busca son conflictos que narrar.
En Melilla, además, mucha gente vive del
contrabando. Hasta Germán, el taxista de Samuel, lo practica con absoluta
naturalidad.
Sí,
en Melilla se daba lo que ellos denominaban “comercio atípico”, que no es otra
cosa que lo que nosotros conocemos como contrabando. Allí no estaba perseguido
porque si lo perseguían se condenaba a una pobreza todavía mayor a la gente que
lo practicaba, personas de una extracción social muy pobre y con escasos
recursos económicos.
Zaragoza es otra ciudad importante en la
novela, sin embargo, la describes de un modo más bien difuso. Melilla se la
come. ¿Por qué?
Melilla
es única, singular, exótica, mientras que Zaragoza se parece a muchas otras
ciudades. Siempre se ha dicho que la capital del Ebro sería la ciudad media
típica que sirve para explicar todo lo que ocurre en otras urbes. Realmente,
Melilla es un lugar que merece la pena ser conocido y visitado y cuando digo
esto no me paga la Oficina de Turismo Melillense por hacerle propaganda [risas].
En ‘La buena reputación’ abunda la
terminología judía, ¿te has tenido que documentar mucho para escribirla?
Tengo
un amigo, al que menciono en los agradecimientos, a quien conocí en mi primer
viaje a Melilla, que me ha asesorado mucho. No es un judío practicante, pero su
madre sí que lo es y muchas de sus costumbres son las que he trasladado a la
familia Caro. De todos modos, tengo que decir que ahora documentarse sobre este
tema es relativamente fácil y que los judíos de cada zona son diferentes,
aunque mantienen la misma liturgia religiosa. Los de Melilla eran como eran,
muy suyos. En los años cincuenta constituyeron una de las comunidades más
fuertes de la ciudad, pero ahora deben superar escasamente el millar de
personas.
Siguiendo con los judíos, ¿cómo era la
relación que mantenía la Dictadura de Franco con los ellos?
La
relación de Franco con los sefardíes fue un poco ambigua. Por un lado, se
sirvió de su dinero para financiar el desembarco en la península y, por otro,
siempre aludía a la famosa y manida confabulación judeomasónica. El régimen no
reconoció al Estado de Israel, pero al mismo tiempo ayudó a escapar a los
judíos, que vivían en Hungría durante el periodo nazi, a través de la embajada
española. Los sefardíes sentían que formaban parte de la Hispanidad y Franco
tuvo algún rasgo de humanidad hacia ellos. La comunidad judía de Melilla
prefería las pequeñas garantías que les ofrecía la dictadura antes que el
peligro que representaba para ellos Marruecos. Este detalle explica que muchos
de ellos fueran moderadamente franquistas.
Creo
que la mejor forma de definir tu prosa es la sencillez sin descuidar la
peripecia al mismo tiempo. A la hora de escribir ¿qué te interesa más la propia
escritura o contar una historia?
A mí me gusta definirme como
un narrador. Para mí, lo importante es la historia y lo demás, incluida la
prosa, se subordina a ella. Sin embargo, otros escritores piensan que la prosa
es un material que pueden cincelar y convertir en arte. A mí, repito, me importa
más que funcione la narración. La prosa ostentosa, a veces, es una confesión de
ineficacia narrativa. Creo que el primer compromiso del escritor con el lector
es contarle bien una buena historia.
¿Abunda la nostalgia en ‘La
buena reputación’?
Creo que no hay nostalgia,
pero es verdad que muchos de estos personajes, igual que yo mismo, tienen
necesidad de retornar a la infancia, a ese tiempo perdido que es un mito. En la
novela los personajes pueden ser buenos y malos, pero no son siempre buenos y
malos. Por eso cuando los vemos comportarse de forma correcta tenemos motivos
para la esperanza. A veces el
sentimiento de culpa, la necesidad de redimirse, les convierte en buenas
personas. Un escritor no puede absolver o condenar a sus personajes, sino
mostrar cómo se comportan, a fin de cuentas no son tan diferentes de nosotros.
Samuel, el protagonista, se divide entre la lealtad a sí mismo y a sus sueños y
la lealtad hacia su mujer, su amante y su comunidad. En algún momento también
falla a los suyos, pero de alguna manera reacciona para reparar el daño
causado.
Quizá el tema principal de la novela sea
el de la herencia, herencia no sólo económica, que la hay, sino también como
transmisión de valores y vivencias.
Sí,
en qué medida transmitimos valores a nuestros hijos, en qué medida nos
condicionan y si nos hacen mejores o peores es un tema clásico de la
literatura. Es algo que ya está en el origen de la civilización. Hay valores
morales que Miriam, por ejemplo, transmite a sus hijos sin darse cuenta y son
valores que a su vez ella recibió de sus padres. En cada generación los hijos se
rebelan contra sus padres al mismo tiempo que hay algo que salvan y que
rescatan de esa herencia. Lo que no puedo entender es por qué la familia no le
interesa a todo el mundo. Es extraño. Para mí es uno de los temas centrales de
la literatura.
También planteas la existencia de un
matrimonio mixto, Mercedes es católica y Samuel, judío, una convivencia que no
siempre resulta fácil, ¿no?
Los
problemas vienen porque sí. El hecho del matrimonio mixto es un añadido, algo a
lo que los protagonistas se aferran cuando llegan las crisis conyugales y profundizan
en lo que les separa en lugar de centrarse en lo que tienen en común. En la
novela resultan muy evidentes las diferencias: él es un judío norteafricano y
ella es peninsular y católica. Cada uno de ellos busca dónde reside su propia
identidad y la brecha que los separa cada vez se hace más grande. Hay que tener
también en cuenta que en aquellos años no existía el divorcio y muchos
matrimonios convivían bajo condiciones forzadas. En época de normalización
democrática este problema no habría existido. De todos modos, la aplicación
inicial de la Ley del Divorcio, aprobada por la UCD en 1981, se hizo de un modo
muy “a la española” y algunos jueces obligaban a las parejas a darse “una
segunda oportunidad”. Por eso, ahora que estas situaciones se han normalizado,
creo que hay que pensar que España ha cambiado mucho y para bien, a pesar de lo
que dice mucha gente que opina en sentido contrario.
Samuel Caro y Justo Gil, el protagonista
de ‘El día de mañana’, tu anterior novela, tienen cosas en común: ambos llevan
una doble vida y son infiltrados.
Me
interesa su ambigüedad moral, con la diferencia de que Justo Gil es un tipo
desleal que va vendiendo a sus amigos, mientras que Samuel Caro tiene un alto
sentido de la responsabilidad. Él protege a una serie de personas al tiempo que
busca su prosperidad económica. En su modo de proceder siempre es un poco sinuoso
y como tantos empresarios de ahora, lo que busca es información privilegiada
que le permita hacer negocios con la administración estatal de un modo
favorable. Este mismo tema ya lo traté en mi anterior novela ‘Dientes de leche’.
En un momento determinado y para
recuperar a su hija Sara, Mercedes recurre a la escritura porque no le queda otro
camino.
Sí,
Mercedes, a través de una serie de
cartas, consigue recuperar la relación con su hija Sara. La escritura establece
distancias, es como si las cosas a las que tienes que enfrentarte aquí y ahora
las estuvieses viendo desde un momento posterior, desde un lugar lejano en el
que pierden gravedad. Y eso consigue que Mercedes se comporte con nobleza y
generosidad, algo poco habitual en su actitud ante la vida diaria. No me atrevo
a afirmar que la literatura nos hace mejores, pero quiero pensar que uno de los
momentos buenos de este personaje sí que tiene que ver con la escritura, ya que
le permite analizar la relación con su hija e incluso con Samuel, su marido, de
otro modo. Y la gran lección que aprende con ello es la capacidad de
reflexionar entendiéndolos un poco más a todos.
Tras la muerte de Samuel, Mercedes trata
de eliminar los malos recuerdos y pergeña una imagen de su marido bastante
ideal.
Al
enviudar, Mercedes imagina una identidad distinta de Samuel, creada a partir de
ensoñaciones, de recuerdos y de rechazos. Para ello aparta todo lo que le
molestaba de su marido, lo recluye en el despacho y se crea un Samuel ideal, a
su medida. Es algo bastante frecuente en personas que atraviesan por esa
situación.
¿Cuál era el papel que desempeñaban las
mujeres en la época en que se desarrolla ‘La buena reputación’?
Hay
un cambio generacional entre Mercedes y su hija Miriam. Aún viven en una España
en la que las mujeres han de hacer un extra para ponerse al nivel de los
hombres. La propia Miriam renuncia a su deseo de convertirse en cantante porque
tiene miedo al esfuerzo que ha de realizar para conseguirlo. Cuando pierde esta
posibilidad, en el fondo siente un gran alivio porque no ha de verse obligada a
asumir un reto que estima que le viene grande.
Y la última por hoy: el personaje de
Felisa, la criada de Mercedes, asume a medida que transcurre la novela un mayor
protagonismo, casi se convierte en el modelo de comportamiento familiar.
Felisa
es bastante recta en su crudeza, pero es un personaje que, allá donde su señora
duda o hace las cosas mal sin importar el motivo, mantiene una extraña rectitud
rústica. En comparación con Mercedes su actitud es interesante porque permite
observar el contraste entre lo manipuladora que es Mercedes y lo recta que es
ella.
SOBRE IGNACIO MARTÍNEZ DE
PISÓN
Ignacio Martínez de Pisón
(Zaragoza, 1960) reside en Barcelona desde 1982. Es autor de más de quince
libros, entre los que destacan las novelas ‘La ternura del dragón’, Premio
Casino de Mieres 1984, ‘Carreteras secundarias’, llevada dos veces al cine, ‘María
Bonita’, ‘El tiempo de las mujeres’, ‘Dientes de leche’, Premio San Clemente
2009 y Premio Giuseppe Acerbi 2012, y ‘El día de mañana’, por el que recibió
entre otros premios el de la Crítica 2011 y el Ciutat de Barcelona 2012.
También ha cultivado el ensayo ‘Enterrar a los muertos’, que obtuvo los premios
Rodolfo Walsh y Dulce Chacón y fue unánimemente elogiado por la crítica en
varios países europeos, y el libro de relatos ‘Aeropuerto de Funchal’. Su obra
ha sido traducida a una docena de idiomas.