En la España del Siglo de Oro, codicia, corrupción, estafa y
asesinato han invadido un reino gobernado por tres viudos y un fraile. Entre
tanto hombre sin amor, apenas queda sitio para un hombre honrado. Una doble
boda real y un azaroso viaje sirven de telón de fondo para esta aventura de caballeros
despachados, damas enamoradas, aunque no bobas, y metales preciosos que unos y
otras desean sobre todas las cosas. Con estos argumentos teje Alfonso
Mateo-Sagasta su nueva novela, ‘El reino de los hombres sin amor’, editada por
Grijalbo, tercera entrega protagonizada por Isidoro de Montemayor, sobre la
cual conversamos durante unos minutos en Lotelito de Valencia, acompañados por
el aroma del café de la primera hora de la tarde y por el rumor discontinuo de
una música anónima como fondo.
Alfonso, fuiste
arqueólogo y ahora escribes ficción, ¿en
qué territorio te sientes más cómodo?
Claramente en este, pero cuando era arqueólogo también
escribía ficción porque la Historia tiene mucho de eso. Escribir Historia consiste
en seleccionar e interpretar el material del que disponemos y también en
rellenar lagunas, porque la Historia ha de explicar coherentemente el pasado y
para ello se requiere mucha imaginación. Todo es acción-reacción y por eso cada
generación revisa y ajusta la Historia a su gusto. En la ficción interpreto los
datos como quiero, sin obligación de justificar mis motivos, y voy rompiendo y
saltando la línea que separa ambos territorios. Pero esto no es nuevo ya que el
primero que lo hizo fue el propio Cervantes.
La editorial define 'El reino de los hombres sin amor' como trepidante, ¿es así?
La editorial define 'El reino de los hombres sin amor' como trepidante, ¿es así?
Tu narrativa mezcla
palabras antiguas y nuevas, lo que consigue enriquecer el vocabulario del
lector, en tu tarea de escritor ¿hay un intento de recuperar esas palabras
olvidadas?
Cuando tengo el manuscrito escrito, en mi proceso creador
trato de reducir su extensión porque en mi conciencia bulle la idea de que todo
se puede decir con menos palabras, con mayor concisión y calidad. Esto es algo
inherente a la profesión de escritor. También localizo la palabra precisa, pero
no busco arcaísmos sólo trato de definir las situaciones con las expresiones
más habituales. Por eso en la novela no hay voseo, ni giros que ya no se
utilizan, el mío es un lenguaje culto en el que no hay argot ni expresiones
chelis. Evidentemente en determinadas situaciones, por ejemplo cuando hablo de
la ropa, hay vocablos que no puedo rehuir porque son los justos y exactos. El
gran problema de los clásicos es que ya no se leen, porque hablan otra lengua y
no se entienden y yo escribo para que me lean y comprendan.
Precisamente esa
descripción tan detallada de vestimentas y lugares, que encontramos en ‘El
reino de los hombres sin amor’, ¿son “necesidades del guión”?
Al escribir novela histórica hay que luchar contra los
conceptos preconcebidos. Hago mucho hincapié tanto en ambientes como en
vestuarios, porque trato de transmitir las sensaciones de otra época. En
lugares como una habitación, un estrado o un dormitorio, eso es muy importante
porque el mundo de las mujeres está separado del de los hombres. Ellas iban descalzas y comían en el suelo; ellos se
sentaban en sillas alrededor de una mesa. Considero que eso hay que describirlo
muy despacio, morosamente, porque si no el lector no se da cuenta de muchos
detalles que le pasan desapercibidos. Otro ejemplo son las iglesias. En el
siglo XVII estaban vacías y las señoras portaban almohadones o alfombras para
sentarse, mientras que los hombres permanecían de pie. Si no lo explicas
claramente, el lector imagina una iglesia como las de ahora, llenas de bancos,
cuando entonces eran enormes espacios vacíos.
¿Han cambiado mucho las
cosas en nuestro país desde los tiempos en que discurre ‘El reino de los
hombres sin amor’ y nuestros días?
Cualquier novela, aunque sea histórica, carece de sentido si
no es actual y no tiene relación con lo que somos. En la Historia realmente
estamos contando el presente para narrar nuestro futuro y esta novela tiene
mucho que ver con el presente, por ejemplo cuando habla de cohecho y
corrupción. Pero eso no quiere decir que los españoles hayamos sido siempre
corruptos, la corrupción creo que es algo inherente al ser humano. Lo que
ocurre es que en determinados periodos trasciende al poder y al llegar al
pueblo las cosas se complican más. Pero eso pasa en todas partes: en Francia,
en Italia o en Latinoamérica, no es algo intrínsecamente español. Se trata de
un delito tan sutil que a la gente no lo conceptúa como tal, incluso piensa que
es deseable y anhela el puesto del corrupto. Quizá eso sea lo que está pasando
ahora mismo.
El protagonista es
Isidoro de Montemayor, que ya ha protagonizado otras dos novelas tuyas, ¿cuándo
te diste cuenta de que tras este personaje se escondía una serie?
Aunque fue una novela muy estresante e intensa, cuando publiqué
‘Ladrones de tinta’ me di cuenta de este detalle. Me había quedado con ganas de
escribir una novela policiaca y decidí dar el paso en ‘El gabinete de las
maravillas’, una especie de museo donde aparecía una cabeza parlante que ya
salía en ‘Ladrones de tinta’. En esta novela decidí incluir un crimen y su
investigación dentro de la línea de novela policial clásica. Entonces se me
ocurrió que Isidoro Montemayor, que ya había actuado como investigador en la
primera, sería su protagonista porque es un tipo simpático, con mucho morro y
que se mete en todas partes, manteniéndole su historia de amor con la condesa
de Cameros. Lo cierto es que son obras policiacas a la vez que unitarias,
porque ofrecen una visión caleidoscópica sobre los años 1614 y 1615 con tres puntos
de vista diferentes. ‘El reino de los hombres sin amor’ es una historia de
espías con los mismos protagonistas a los que se les añade la ciudad de Madrid
que también lo es.
‘El reino de los
hombres sin amor’ la has escrito en primera persona, ¿por qué?
Todo viene arrastrado desde ‘Ladrones de tinta’, en la que el
protagonista tenía que tratar con los grandes escritores del momento como
Cervantes o Lope de Vega. La primera persona facilita a lector el conocimiento
del punto de vista. Si hubiera empleado la tercera, habría tenido problemas
porque tenía que justificar el modo de actuar de cada personaje. Sin embargo,
si narraba un contemporáneo resultaba muy fácil hablar de ellos, justificando o
no sus razonamientos. Por otro lado, hago un guiño muy del Siglo de Oro porque
yo soy el editor de las novelas, la persona que transcribe lo que le cuenta
Isidoro de Montemayor. De este modo, Isidoro, a través de un juego literario,
influye en los autores de entonces que se encuentran en pleno proceso creador
de sus propias obras. Y este juego lo llevo hasta sus últimas consecuencias,
porque introduzco personajes de ficción en la novela, como por ejemplo
Rochefort, que procede de de ‘Los tres mosqueteros’. Es algo que me gusta
mucho.
En la novela mezclas
varios géneros, ¿te preocupa que te encasillen como un escritor de novela
histórica ahora que hay tanta hibridación?
No, no me importa. Tampoco voy a negar que escribo novela
histórica, pero pretendo otra cosa: yo quiero que mis obras sean libros-utopía.
Por otro lado, cuando me dicen que soy escritor de novela histórica pienso que es
un término que se me queda corto, porque soy mestizo. Creo que la
ciencia-ficción, la fantasía y el thriller tienen mucho en común con la novela
histórica. De todos modos, esta clasificación está pensada por los libreros con
fines utilitarios para colocar los libros en la estantería que les corresponde
y venderlos mejor. En general se piensa que la Historia es un rollo y que con
la novela histórica se palía esa pesadez. Yo tengo claro que no persigo educar.
No quiero que mis lectores, cuando leen mis novelas, crean que saben algo del
Siglo de Oro.
Aunque careces de afán
divulgativo alguno, leyendo la novela descubrimos cosas interesante, por
ejemplo, que las mercancías que entraban por los puertos del País Vasco no
pagaban impuestos, ¿arrancan de ahí las exenciones fiscales que disfrutan
ahora?
Con toda probabilidad porque entonces no pagaban impuestos.
Abastecer al País Vasco desde Castilla era más costoso y difícil que hacerlo
por vía marítima desde Francia. Por tierra, las fronteras reales estaban
ubicadas en Victoria y Navarra y allí sí que se cobraban impuestos.
Y la última por hoy:
otra cosa que llama la atención es saber que en el siglo XVII al tabaco le
atribuían propiedades terapéuticas.
[Risas] Sí, de hecho para recuperar a los ahogados se les
introducía una cánula por el ano y les insuflaban tabaco para reanimarlos,
incluso aunque hubieran pasado varias horas desde que había muerto. Era una práctica
completamente habitual en los siglos XVII y XVIII y se encuentra en los
tratados de medicina de entonces. No me he inventado nada, es completamente
real.
SOBRE ALFONSO MATEO-SAGASTA
Alfonso
Mateo-Sagasta (Madrid, 1960) es licenciado en Geografía e Historia,
especialidad de Historia Antigua y Medieval, por la Universidad Autónoma de
Madrid. Trabajó como arqueólogo, fue cofundador de la librería Tipo,
especializada en arqueología y antropología, y editor de la revista Arqrítica.
Es autor de 'El olor de las especias' (2003); 'Ladrones de tinta' (2004), que
fue galardonada en 2005 con el Premio Internacional de Novela Histórica Ciudad
de Zaragoza y el Premio Espartaco de Novela Histórica; 'El gabinete de las maravillas'
(2006), ganadora también en el año 2007 del Premio Espartaco; 'Las caras del
tigre' (2009), y 'Caminarás con el sol' que consiguió en 2011 el Premio Caja
Granada de Novela Histórica.