Bajo los diferentes nombres
de microrrelato, microcuento, minificción, minicuento, relato hiperbreve, microfiction o flash fiction se esconde un género nuevo - no lo es tanto
porque acarrea a sus espaldas una historia de más de cien años - , que se ha abierto un hueco entre el cuento y la novela dentro del
panorama literario, un hueco tan notable que, como señala Irene Andrés-Suárez
autora de esta ‘Antología del microrrelato español (1906-2011)’, editado por
Cátedra, no sólo ha conquistado al público lector sino también al académico,
que le ha dedicado numerosos congresos y publicaciones.
Según Irene Andrés-Suárez,
un microrrelato es “un texto literario en
prosa, articulado en torno a dos principios básicos: hiperbrevedad y
narratividad”. Además, el texto ha de narrar una historia “porque no hay microrrelato sin un sujeto
actor y sin una acción sustentada en un
conflicto y en un cambio de situación aunque sean mínimos”. Sobre su extensión hay discrepancias sin
alcanzar consenso. Desde quien opina que un microrrelato ha de sumar apenas unas
pocas líneas hasta quien piensa que su extensión puede alcanzar las tres
páginas. Una característica que destaca sobre las demás es su naturaleza
elíptica, especialmente importante en un
género en el que lo que se sugiere y presupone tiene un peso mayor que lo que
se dice o enseña. Por otro lado, al escritor de microrrelatos lo que le importa
es no el desarrollo del conflicto, “sino
el momento climático de la historia del protagonista”, lo que implica una fuerte
tensión narrativa. Eso obliga a una enorme capacidad de síntesis que, unida a
la característica elíptica de los microrrelatos anteriormente aludida, requiere
la colaboración del lector, ya que este ha de estar dispuesto a rellenar esos
huecos con su propio bagaje cultural. Por lo tanto, nos encontramos ante un
género muy participativo.
Los rasgos formales del
microrrelato son la ausencia de complejidad estructural, la mínima
caracterización de los personajes, el esquematismo espacial, la condensación
temporal, la utilización de un lenguaje esencialmente connotativo y el título,
imprescindible. Todos ellos sazonados por la síntesis, la intensidad propiciada
por la selección de los materiales del texto, así como por los vacíos de
información ya citados. Sobre los temas, podemos afirmar que existe una enorme
variedad, aunque las piezas intertextuales, fantásticas y humorísticas copan el
ochenta por ciento de los microrrelatos que se escriben. Me gustaría destacar
la importancia que tienen los títulos, ya que aportan una información
fundamental e indispensable al lector para encarar el cuento bajo los
parámetros adecuados. Es decir, el título vendría a ser, aunque con mayor
contundencia, repercusión y brevedad, el equivalente a los prólogos o
introducciones de las novelas.
Según la autora de esta
‘Antología’, la aparición de los microrrelatos es producto de la evolución de
otros dos géneros literarios bien diferenciados: el poema en prosa y el cuento
clásico. Los escritores de principios del siglo XXI llegaron al microrrelato “mediante la disminución de la descripción y
el aumento progresivo de la narratividad del poema en prosa” y a través de
“la compresión textual y pulimento del
cuento clásico”.
El origen del microrrelato
en lengua castellana se remonta al movimiento estético modernista, enfocado
hacia una depuración formal, conceptual
y simbólica, que afectó a todos los géneros
literarios. Podemos fijar su punto de partida en la publicación en Valparaíso (Chile)
del libro ‘Azul’ (1888) de Rubén Darío, que tan sólo cuatro años después, 1892,
llegó a la Península Ibérica a través del primer viaje del poeta nicaragüense a nuestro país. Hay que dejar constancia de
que la aparición de ‘Azul’ coincidió con la tendencia patente por aquellos años
en la literatura occidental de intensificar la brevedad de los textos. En
España, los primeros microrrelatos que se pueden considerar como tales
pertenecen a Juan Ramón Jiménez y a Ramón Gómez de la Serna, publicando los suyos
el escritor onubense en el año 1906. Uno
de ellos, el titulado ‘El joven pintor’, abre esta ‘Antología del microrrelato
español (1902-2011)’. Continuadores del género hiperbreve fueron Federico
García Lorca, José Moreno Villa y Luis Buñuel hasta la Guerra Civil y la II
Guerra Mundial, que supusieron una importante interrupción en los procesos de
experimentación y creatividad iniciados antes del estallido de ambos conflictos
bélicos. Tras el fin de las contiendas, el microrrelato recuperó su vigor en
España y ya en enero de 1945, la publicación ‘Cerbatana. Revista ilustrada de
la nueva estética’, en su primer número, convocó un concurso de microrrelatos,
cuyo sencillo premio consistía en una suscripción anual gratuita. A partir de
entonces y hasta nuestros días, han sido
multitud los escritores hispanos que han cultivado el género. Podemos citar,
entre muchos otros, incluidos los
adscritos al movimiento postista, a Ana María Matute, Ignacio Aldecoa,
Alfonso Sastre, Fernando Arrabal, Max Aub, Carlos Edmundo de Ory, Eduardo
Chicharro, Silvano Sernesi, Tomás Borrás, Ángel Crespo, Eduardo Cirlot, Juan
Perucho, Antonio Fernández Molina, Álvaro Cunqueiro, Gonzalo Suárez, Francisco
Ayala, Samuel Ros, Fernando Quiñones, Javier Tomeo, Luis Mateo Díez, Javier
Ugarte, Juan José Millás, José Jimenez Lozano, Julia Otxoa y un largo etcétera.
‘Antología del microrrelato
español (1906-2011)’ incluye además de un detallado estudio preliminar, una
extensa bibliografía tanto de los propios microrrelatos como de ensayos y
estudios publicados sobre el género. En total Irene Andrés-Suárez ha
seleccionado textos de setenta y tres autores (más de uno por cabeza,
normalmente). Todos ellos son cultivadores del género con asiduidad, y muchos,
además, practican la novela, el cuento o la poesía. Los criterios seguidos para
su elección han sido evitar los microcuentos no narrativos y no repetir, en la
medida de lo posible, los ya aparecidos en otras antologías. Aparecen ordenados
de modo cronológico. La autora, sin embargo, lamenta que muchas editoriales
periféricas sean las que publiquen microrrelatos actualmente lo que, por
problemas de distribución o de baja tirada, propicia que su difusión no sea la deseada,
ya que las grandes editoriales han vedado el acceso al género a autores no
consagrados. Probablemente, ambas circunstancias serán la causa de que algunos
textos, que merecerían ser incluidos en el volumen, no lo estén.
En resumen y para concluir:
interesante antología para conocer este territorio ya no tan novedoso del
microrrelato. Imprescindible para autores con afán investigador. E iniciático
para lectores curiosos, aguijoneados por el hambre de descubrir un territorio
menos frecuentado de lo que parece. De forma injusta, a mi entender.
‘Antología del microrrelato
español (1916-2011)’. Edición de Irene Andrés-Suárez. Ed. Cátedra. Colección
Letras Hispánicas. Tapa blanda, 525 páginas. Precio: 13,50 €.