Florentino Elizaicin emigró para “hacer las
Américas” en 1901. En la República Dominicana, a base de tesón y entusiasmo,
logró crear una corporación siderúrgica, a la estela del recientemente
descubierto acero inoxidable. Allí se
casa, nacen sus hijos, muere su esposa y desarrolla sus ideas sociales,
realmente avanzadas para su época. Su segundo hijo desaparece un mal día y con
él su alegría y su ilusión, que sólo logra reactivar por la esperanza de
recuperarlo, en una eterna búsqueda que se complica a cada paso. Hombre
sensible y curioso, Florentino posee un alto concepto de la amistad y por eso
las traiciones le golpean con tanta saña. Con este argumento, Juan Carlos
Padilla acaba de publicar su tercera novela titulada 'El siglo de los
indomables', editada por Planeta, sobre la que anduvimos conversando durante un
rato en la terraza de una cafetería, a espaldas de la Plaza de Toros de Valencia,
mientras una discreta brisa urbana tamizaba el calor de la primavera
valenciana.
Juan
Carlos, el mundo se divide, o se dividía, en personas de ciencias y personas de
letras. Creíamos que los de ciencias no sabían escribir pero tú, que eres
médico, acabas de publicar ‘El siglo de los indomables’.
Si repasamos la historia, veremos
que ha habido muchos médicos escritores como Marañón o Pío Baroja. La medicina,
a la que me dedico, tiene un componente humanístico muy importante que, si lo
olvidamos, fracasamos completamente en nuestra profesión. La escritura hay que
clasificarla dentro de las artes humanísticas y es totalmente compatible con la
medicina. Yo echaba mucho de menos poder expresar lo que surgía en mi interior,
mis sueños y mis fantasías, y la literatura me permite hacerlo.
Publicar con Planeta es un
sueño, un honor. Lola Gulias, mi representante, me fichó tras editarse mi
novela titulada ‘La tercera profecía vaticana’. Cuando le envié ‘El siglo de
los indomables’ me dijo que era un novelón, algo que en principio yo no entendí
muy bien qué quería decir, si era bueno o malo, y me comentó que la iba a
presentar a Planeta. Yo pensé que aquello no prosperaría, sin embargo en la
editorial les gustó la novela, apostaron por ella y desde entonces vivo
alucinado.
Y
¿por qué escribir una novela dentro del género histórico?
Tengo siete novelas
escritas, tres de ellas publicadas, y escribo muchos cuentos. A mí la Historia
me encanta. Obviamente no soy historiador, pero entendí que sería bonito dar un
paseo por el siglo XX de la mano de unos personajes, un paseo en el que la
Historia fuera un protagonista más. Así que ‘En el siglo de los indomables’ nos
encontraremos con Nueva York, con Primo de Rivera, con Alfonso XIII, con los
preparativos de la Guerra Civil, con la posguerra, con la Alemania nazi del año
1934 y todo lo veremos a través de los sufrimientos de los personajes que
intervienen.
Como
escritor, ¿tienes claro a donde quieres llegar en tus libros o te dejas llevar?
Las personas nos dividimos
en alondras y búhos. Las alondras son las que se despiertan a las seis de la
mañana y los búhos son aquellos cuya creatividad se activa a partir de las ocho
de la tarde. Yo soy búho, me siento a escribir a las once de la noche y hasta
que el cuerpo aguante porque el cerebro sí que resiste, pero el cuerpo a veces
no. Escribo con una idea más o menos preconcebida pero no sé dónde voy a
terminar. Hasta que no le puse el punto final a esta novela, yo ignoraba cómo
iba a acabar. Si ahora me dijesen que el manuscrito se ha perdido y me pidieran
reconstruirlo, podría hacerlo y respetaría las líneas maestras, pero el
resultado sería algo completamente distinto.
Dale
una razón al lector para que se acerque a ‘El siglo de los indomables’.
No busco que me crea nadie.
Yo tengo una historia que contar y para ello he creado unos personajes
ficticios mezclados con otros que sí existieron. Mi objetivo es hacer sentir al
lector, incluso que llore si hace falta. En Alicante, la novela la va a presentar
Maribel Verdú, con la que me une una buena amistad, y el otro día me telefoneó
para decirme que había tenido que parar de leerla varias veces porque le había
hecho llorar. He realizado un gran esfuerzo en el análisis psicológico de los
personajes y un ajuste exhaustivo de la cronología para evitar discronías, una
palabra por cierto que no existe en el diccionario. Las fechas son exactas y
solo hago una excepción, como explico al final del libro, con la figura del
aviador Louis Blériot, al que rindo un homenaje y al que hago morir en 1978
cuando realmente falleció en 1936.
Ese
ajuste exhaustivo al que aludías, ¿no te resta creatividad o libertad a la hora
de escribir la novela?
No, no, si yo escribo que
Florentino miraba a su mujer y que había luna llena, tenía que haberla porque
no puedo engañar al lector, que tiene todo el derecho del mundo a que el autor
sea riguroso con lo que cuenta. Es una obligación que, como creador, me impongo
a mí mismo.
Dedicas
la novela a la gente que te quiere, pero algunos escritores dicen que cuando publican
la novela ya no les pertenece.
Nunca pensé que esta novela
saldría al mercado como lo ha hecho sino que lo haría a través de una editorial
pequeña. Pero la escritura no es mi modo de vida, no la necesito para vivir. Lo
hago exclusivamente porque me gusta, porque es la vía que tengo para expresar
mi creatividad y porque me produce un auténtico placer solitario. Es un
ejercicio íntimo, escribo cuentos para mí, ayer mismo acabé uno, y luego los
encuaderno. Tengo varios tomos y algunos ni siquiera los conocen mis hijos. Si
después alguien los lee, pues maravilloso, me encantará.
Florentino,
el protagonista, tras el desastre del 98 decide emigrar. ¿La única salida que
les quedaba a los españoles de entonces era esa? ¿Se enriquecieron muchos o
pocos?
Triunfantes regresaron muy
pocos, los únicos que lo consiguieron fueron los que llamaban indianos. En
Asturias hay muchas mansiones de aire colonial, construidas en los años veinte,
que pertenecían a individuos que venían de América y que con ellas demostraban
que habían tenido éxito y se habían enriquecido. Pero fueron una especie
escasa. Florentino se encuentra solo tras morir su padre y decide embarcarse hacia
América para ayudar a su madre. Entonces era una salida lógica, aunque ahora
nos parezca raro. Hay que tener presente que el desastre del 98 propició una
situación moral muy decaída, España se derrumbó para convertirse en un país
más, como también le ocurrió a Inglaterra. Este derrumbamiento propició la
aparición de aquella famosa y pesimista generación de escritores.
Hablemos
de escenarios. Hay dos fundamentales en la novela: Vilajoiosa y la República
Dominicana. ¿Por qué los escogiste?
Villajoyosa es un pueblo
alicantino que me ha dado la imagen exacta de la novela. Pretendía que el
comienzo fuera pesimista, oscuro, y la imagen del remolcador que llega a puerto
con la noticia de la muerte del padre de Florentino era perfecta. Además es un
pueblo pequeño, pescador, donde todos se conocen y precisamente por eso, donde
los vecinos atormentan a Encarna, su madre, diciéndole que su hijo no regresará
jamás. A la República Dominicana la elegí porque era un lugar donde a
principios del siglo XX no viajaban muchos emigrantes españoles, que
preferían Venezuela o Argentina. Era un
país con una situación muy parecida a la de España de entonces, en el que había
corrupción y donde los americanos hacían lo que querían. Puerto Plata, el lugar
donde desembarca Florentino, se parecía bastante a Villajoiosa y lo consideré
adecuado para los fines que perseguía.
Byron
G. King, el amigo de Florentino, se convierte en capataz de sus trabajadores.
Con este hecho rompe una imagen estereotipada de la ficción escrita y
cinematográfica, porque es negro y no usa el látigo; es amable y comprensivo con
sus hombres.
Florentino Elizaicin, que
está basado en mi tatarabuelo, representa los valores de nobleza, honradez y la justicia. Se hace amigo de un
hombre negro al que en un momento importante de su vida protege y eso les
cuesta a los dos ser despedidos de su trabajo. Byron le pregunta por qué ha
actuado así y Florentino responde que el trabajo viene y va pero la dignidad,
si se marcha, jamás vuelve. Este episodio es el que sella la amistad entre
ambos y desde ese instante Byron acompañará a Florentino durante todo su
progreso social. Este hecho, que ahora lo consideramos como cosa normal, en la
República Dominicana del año 1910 era algo completamente desconocido, inaudito.
El
ron, el ronsito, surge varias veces
en el libro. ¿Tiene una significación especial esta bebida en la República
Dominicana?
A lo largo del libro
aparecen tres bebidas: el jerez, que para aquella época era algo parecido a la
ambrosía; la mamajuana, que era lo que consumían los bebedores habituales de
alcohol; y el ron, que se utilizaba para
celebrar algo. Era una bebida de
cortesía y de homenaje, a la vez que un elemento de relación social.
‘El
siglo de los indomables’ contiene algunos guiños cinematográficos.
Sí, hay varios. Soy un
escritor bastante barroco y me gusta mucho describir las escenas con todo
detalle. Al mismo tiempo, mi escritura es muy cinematográfica, porque quiero
que el lector pueda ver en su cerebro los decorados que diseño. En este
sentido, quizá el guiño cinematográfico más destacado de la novela es una construcción
en paralelo, en la que retrato dos escenas alternándolas sucesivamente, la de
Florentino viajando en el Concorde y la de su hijo interpretando un concierto
de piano. Es una técnica que aprendí tras ver ‘El Padrino II’.
En
la parte final incluyes un epílogo en el que explicas el destino de los
personajes, ¿sentías la necesidad de desvelar esta circunstancia?
Sí, a mí me preocupaba mucho
cerrar la novela, abrocharla. Como lector y espectador de cine hay una cosa que
me gusta: que me expliquen lo que ocurrió con los personajes que intervienen en
un libro o en una película. Yo quiero que el autor le dé al lector todos los
cabos atados, que pueda conocer cuál fue el final de esos personajes con los
que se ha encariñado mientras leía la novela. No quiero que se quede con la
curiosidad insatisfecha.
Y
para terminar: ¿dónde se esconde Juan Carlos Padilla en esta novela?
Es una pregunta que yo mismo
me he hecho muchas veces. Florentino Elizaicin es el hombre que a mí me hubiera
gustado ser, porque encarna unos valores que yo desearía tener. Por supuesto,
comete errores, como todos, y al darse cuenta de que se ha equivocado, los
asume. También hay retazos míos diluidos en otros personajes y en escenas de mi
propia familia, que el lector no tiene por qué conocer.
SOBRE JUAN CARLOS PADILLA
Juan Carlos Padilla (Alicante, 1958) es médico neumólogo y director del Hospital Internacional Medimar de Alicante. Muy implicado en la divulgación, realiza colaboraciones en prensa y, desde hace más de ocho años, interviene en programas de radio y televisión. Ha sido galardonado en diferentes concursos literarios y, además de numerosos cuentos, es también autor de las novelas ‘El primer lunes de noviembre’ y ‘La tercera Profecía Vaticana’.