Esther Tusquets llegó al Hotel Astoria de Valencia sobre las siete de la tarde. La presentación fue cordial y, todavía de pie, pidió una horchata. “Me gusta mucho”, dijo como explicándose, mientras la apuraba rápidamente. Ocupó el rincón derecho del sofá, ayudándose con un par de cojines. La luz roja de la grabadora se activó. Y comenzamos a conversar. Durante muchos años, Esther Tusquets, Barcelona (1936), fue editora, una de las más importantes del pentágono peninsular. Después decidió ver los toros desde el otro lado de la barrera y comenzó a escribir. Su visita a la capital del Turia, ya saben, ese río sin agua pero con dos cauces, obedecía a la promoción de ‘Confesiones de una vieja dama indigna’, segunda parte de ‘Habíamos ganado la guerra’, recientemente publicada por la editorial Bruguera, un análisis detallado de la posguerra, un retrato de época hecho por alguien que descubrió que se encontraba en el bando equivocado. De la lectura del libro se desprende una cierta inquietud, no sé si llamarla pesar, que me impide colegir cuál de sus dos profesiones, editora o escritora, le duele más o menos. “Dolerme no me ha dolido ninguna de las dos, pero siempre me gustó más escribir”. Su opinión sobre su ciclo editorial tampoco es mala del todo. “Después de cuarenta año que me dediqué a ello, la verdad es que resultó una tarea muy agradable y encima dicen que lo hice bien. Pero aunque fue uno de los mejores trabajos que me podían tocar en este mundo, no lo elegí yo”. En efecto, fue su padre quien lo decidió por ella al adquirir una editorial, llamada Lumen, fundada en Burgos por Monseñor Tusquets, su tío, cuyo origen le intrigó desde el principio, porque Esther pensaba que algunas cosas no cuadraban. “Siempre me pareció raro que, en plena Guerra Civil, mi tío, Monseñor Tusquets, fundase una editorial”. Y con el paso del tiempo, descubrió cosas que no le gustaron nada. “Lumen era una editorial totalmente propagandística, que editaba panfletos contra los judíos y los masones bajo el epígrafe de Ediciones Antisectarias. Y el dinero provenía del propio Franco, a través de Serrano Súñer”.
SUS PADRES Y LA MUERTE
En ‘Confesiones de una vieja dama indigna’, Esther Tusquets habla de sus relaciones familiares. Según ella, a su padre “le importaba un bledo el origen de la editorial. Era un tipo muy raro, muy especial. Fíjese que cuando lo del 23-Efe, mientras todo el mundo no hablaba de otra cosa, él no decía nada, estaba callado. Y cuando le preguntaron dijo que aquello era “una poca soltada com hi ha tantes” (Una tontería como tantas otras). Era muy raro, ya le digo, porque terminó votando al PSUC”. Pero su relación con él fue buena. “Me apoyó siempre, sin darme ningún tipo de explicaciones, aunque yo nunca entendí nada”. Con su madre la cosa tampoco fue mejor que con él. “La relación con mi madre fue horrible, durísima. Además, yo creo que la historia con ella ya terminó y no, ¡qué va!, no se acaba nunca. Ni siquiera con su muerte. Los conflictos con mi madre siempre están ahí”. A propósito de la muerte de su madre, en el libro cuenta que no fue capaz de llorar cuando ella murió. “Generalmente, cuando muere alguien, de inmediato siento muy poco. Me doy cuenta después. En mi familia, la muerte siempre se ha tomado con mucha naturalidad, tal vez fuera porque mi padre era médico, no lo sé. De todos modos, de momento, yo de la muerte no entiendo mucho”.
EDITAR ES APOSTAR
Esther Tusquets establece una interesante relación entre el juego y la edición. “Editar es apostar por unos títulos y unas colecciones determinadas, cuyo resultado ignoras”. Pero ella fue una buena apostadora. Y las cosas le rodaron bien. “Digamos que hay un cuarenta por ciento de olfato y un sesenta por ciento de suerte. Lo que luego tiene mérito, es que una sepa sacarle partido a esa suerte y aprovecharla”. Es innegable que tuvo mucho tino. A vuela pluma y entre otros muchos autores, se me ocurren dos: Umberto Eco y Quino. Todavía no entiendo cómo, en la época de Franco, se pudieron publicar en España las tiras del dibujante argentino y su Mafalda. “La verdad es que nos obligaron a poner en la portada la inscripción ‘Libro para adultos’ y llegaron a prohibir alguna viñeta, muy pocas. En las sucesivas ediciones tras la muerte de Franco, las historietas ya aparecieron completas, tanto en el libro recopilatorio como en los pequeños”. No sé si se le escapó algún autor al que hubiese deseado editar. “Supongo que sí que se escapó alguno, pero no hubo pugnas, ni zancadillas, ni “robos de autor” entre editores, simplemente hubo escritores que me hubiera gustado publicar a mí pero que lo hicieron en otra editorial”. Regresemos a la relación entre la edición y las apuestas. Esther Tusquets es aficionada al juego, especialmente el bingo. “No, no, al bingo no, yo soy aficionada al juego y considero que los juegos realmente importantes son el bridge y el póquer. El bingo es una tontería”. Tontería o no, ella juega a los cartones e incluso ha publicado una novela que lleva por título ¡Bingo!. “Del bingo me atraen otras cosas, porque el juego en sí es muy tonto, ya lo he dicho antes, pero como soy ludópata, me divierte. A mí me ha gustado mucho la noche y siempre he envidiado a los hombres, porque pueden irse a las dos o las tres de la mañana a tomar una copa tranquilamente a cualquier garito y no pasa nada. Y eso yo no lo he podido hacer nunca, porque me mirarían como un bicho raro y eso no me gusta”. Luego matiza: “Bueno, ahora podría hacerlo, pero a lo mejor me caigo y es peor”. Pero no sólo es eso lo que le atrae del juego del bombo enrejado, también le gusta la fauna que pulula por las salas. “En un bingo puedes entrar de madrugada y estar fumando, comiendo, bebiendo y jugando sin que nadie te diga nada. Además, convives con gente a la que nunca has visto antes”. Y en el bingo hay distintos tipos de parroquianos. “Las señoras que acuden al bingo a las cinco de la tarde, con su taza de té incluida, no tienen nada que ver con los que juegan de madrugada. Durante una época larga, me encontré consolando a una prostituta sobre mi hombro cada noche. Me contaba que se había prostituido porque estaba enamorada de un hombre casado que, en lugar de marcharse con ella, la plantó y se quedó con su mujer”. Su fama de ludópata le ha colocado, alguna vez, en alguna situación chocante. “Una vez me llevaron a un programa de televisión titulado ‘Territorio comanche’. Y la presentadora dijo a la audiencia que yo tenía que estar contenta porque, al ser tan culta, había podido escribir un libro sobre mi ludopatía. ¡Qué sabría ella! Pero entonces comenzó a telefonear gente al programa, personas que lo habían perdido todo con el juego. Alguna incluso se había redimido, escribía poesías y me propuso leerme alguna. ¡Qué horror! Fue algo inenarrable. Por eso ahora ando con cuidado antes de decir que soy ludópata”.
BARCELONA, EL ESCENARIO DE SU VIDA
Barcelona es la ciudad de Esther Tusquets. No hay duda. “En cada rincón de Barcelona me ocurrieron cosas y, cuando paso por uno de ellos, las recuerdo. Toda mi historia está allí. Eso es lo que la hace insustituible”. Y fue en ella donde descubrió algo insospechado: que el bando vencedor de la Guerra Civil, al que pertenecía su familia, no era el suyo. “Una amiga mía, Marta Pesarrodona, comentó una vez que la guerra la habían perdido todos. Ella se refería a los muertos y a la destrucción que hubo en ambos lados. Pero yo pensé que no era cierto, porque los que ganaron eran muy conscientes de que todo el país era suyo, de que tenían privilegios y hacían lo que les daba la gana, mientras que los que la perdieron sufrían las consecuencias de la derrota”. Y por eso comenzó a redactar sus memorias. “Sabía que se habían escrito muchas novelas sobre este tema por parte del bando de los vencidos y muchas menos desde el de los vencedores. Se afirmaba también que la burguesía catalana nunca había sido franquista y yo pensaba todo lo contrario: que fue profundamente franquista. Como tenía material de primera mano, pues decidí ponerme a escribir, pensando que mi punto de vista podía tener interés”. En la posguerra y ahora mismo, todavía existen barrios de ricos y barrios de pobres, barrios que no se conocen, que se ignoran, que se temen, la estratificación social es determinante. “Ser rico y de izquierdas, es un problema, un problema que yo siempre tuve. La injusticia en el mundo es demasiado grande como para no verla”. El obrero, sin embargo, no tiene opción, siempre ha de ser de izquierdas. “Los cristianos deberían tenerlo clarísimo, pero no lo tienen y no entiendo por qué. Digo esto por aquello del camello y el ojo de la aguja, una parábola que no tiene interpretación. No sé si Cristo se levantó de mal humor aquel día o quiso gastar una broma. Los cristianos deberían repartir lo que tienen, pero no lo hacen, saben qué deben hacer pero casi ninguno actúa como debiera. Sin embargo, una persona de izquierdas no busca repartir lo que tiene, sino que trata de conseguir un sistema más justo. Pero alcanzar ese sistema, tal y como están las cosas, es difícil y va para largo”. Estas confesiones indignas le han proporcionado la oportunidad de ver la película de su pasado. “Escribir la novela me ha obligado a ver mi vida de un modo mucho más sistemático, a revivir cosas que de otro modo tal vez no habría recordado”. Esther Tusquets habla de muchas personas en su libro. Algunas no salen del todo bien libradas, pero no parece haber protestado casi nadie. “Sólo Rosa Regás me llamó para decirme lo que pensaba. De los demás, nadie me ha telefoneado”. Ella asegura que no habrá otra entrega, pero por todo lo que cuenta dispone de material suficiente para escribirla. “No, no habrá tercer libro, prefiero escribir ficción porque tiene más libertad. En ‘Confesiones’ no hay ficción, al menos no conscientemente, aunque lo cierto es que realidad y ficción se mezclan y resulta completamente imposible contar todo tal cual es. No sé si los humanos podemos asumir de verdad lo que somos y lo que hemos sido”. Todos nos ponemos una careta para salir a la calle cada mañana y enfrentarnos con lo que nos rodea. “Sí, pero nos la ponemos para nosotros mismos y, encima, nos lo creemos. Por eso el psicoanálisis me parece cruel: ¿cómo vas a enfrentar a las personas con su realidad auténtica?” Desde luego su opinión sobre el psicoanálisis es negativa, no hay duda. “Mire, yo fui a psicoanalizarme y no lo hice del todo. Tuve que buscar a un psiquiatra para que, con antidepresivos, me consolara diciéndome: “Esther qué bien lo haces todo, eres cojonuda, fantástica, cuánto te quiere todo el mundo”. Así compensaba el palo que el psicoanalista me había dado un rato antes”.
La verdad es podríamos seguir conversando mucho más rato, porque la entrevista cada vez abarcaba círculos más amplios e interesantes. Pero era la hora de acabar. Es el signo de los escritores viajeros, los que llevan en la maleta el último recuerdo, la última ilusión, el último título publicado... que nunca es el último.
Rosa Regás: "Miente Esther Tusquets, yo no la llamé, me limité a enviar una carta al director de La Vanguardia".
Herme Cerezo: "Probablemente, se trate de un error del entrevistador, o sea, mío, y no de Esther Tusquets. A veces las prisas gastan malas pasadas al anotar algunas respuestas después de apagar la grabadora. Le pido disculpas, Sra. Regás".