Javier Puebla (Madrid, 1958), diplomático, funcionario y escritor, se ha convertido, letra a letra, coma a coma, libro a libro, en un autor prolífico. Prolífico en la publicación porque en la escritura ya lo era hace tiempo. Y su trabajo empieza a verse recompensado porque su última obra, ‘La inutilidad de un beso’, editada por Algaida, acaba de ganar el XVIII Premio Luis Berenguer de novela (no, no me olvido de que ya fue finalista del Nadal en el año 2004 con ‘Sonríe Delgado’). En su nueva entrega, el escritor madrileño juega con Kafka y su ‘Metamorfosis’ para darle la vuelta y mestizarlo con el cuento del príncipe encantado. Un príncipe, por cierto, poco agraciado que aquí adopta la figura de un triste empleado ministerial de "risa tonta y fácil". En total son media docena de personajes, tal vez alguno más, que desgranan sus vidas de arcilla en un libro de doscientas y pico páginas, que se leen con premura, abrasados por las persuasivas e irremplazables voces narrativas, segunda y tercera personas, de Puebla. Pero `La inutilidad de un beso´ no acaba aquí. Hay muchas más cosas: un palpable, e innegable, homenaje al mágico realismo de García Márquez (en los nombres y en algunos fragmentos), sin olvidar alguna otra añoranza, probablemente involuntaria, sobre el cómic de los años cincuenta o el cine (‘Mad Max’). ‘La inutilidad de un beso’ ofrece la oportunidad de imbuirse en un territorio que recorre cincuenta años, "diez lustros más tarde", para pasar del mundo soterrado de los funcionarios caposos de los años sesenta al de los albores del siglo XXI, un magma de contrastes que demuestra que la vida, con ordenadores o sin ellos, se repite y se reemplaza a sí misma sin solución de continuidad. Los anhelos, las ambiciones, los desaires, los amores y los celos siempre serán los mismos... Al menos mientras los bípedos continuemos caminando sobre la Tierra.
¿Para quién escribe Javier Puebla?
No escribo para el elogio, aunque me esfuerzo porque mis libros queden bien. Fundamentalmente escribo para mí. La opinión de los demás no me importa tanto. Si a algún lector le gustan mis libros, me alegro por él casi más que por mí. Escribir es un placer y yo lo hago a todas horas. Por eso – Javier Puebla introduce su mano en un bolsillo y saca dos cuadernillos sujetos por una goma – siempre los llevo encima. Además todos tenemos, al menos yo sí, una sensación de soledad dentro de nosotros y cuando escribo me siento acompañado. Es como si estuviera con otro. Es un pequeño milagro.
¿Qué te estimas más en un premio: el dinero, el reconocimiento de los colegas o llegar a más gente?
Para mí lo primero es poder llegar a más público y lo segundo, el dinero. Lo de los colegas me importa un bledo. Les tengo todo el respeto, pero a quien más admiro en este mundo literario español es a Herralde, a Matallanes y a Emilio Pascual, tres editores. También quiero mucho a Lorenzo Silva y me gusta lo que hace, pero es una admiración personal. El único que habla y opina bien de los escritores es Rafael Reig, que es el escritor de los escritores.
En tu anterior visita a Valencia, me contaste que querías vivir de la Literatura, parece que vas camino de ello ¿no?
En realidad, estoy viviendo del personaje que me he construido y de jugar, de hacer lo que me da la gana.
Eres tu propio personaje.
Sí, de hecho este verano me tomé vacaciones y me quité el disfraz de personaje – Javier Puebla se descubre y levanta el sombrero de paja que cubre su magín, para mostrarnos su verdadera imagen.
¿Has sido cucaracha alguna vez?
Sí, alguna vez habré sido cucaracha, seguro. ¿Tú no?
Yo creo que no aunque todo es posible, pero tú conoces muy bien las reacciones de ese bicho.
Creo que todos hemos sido alguna vez cucarachas. Eso es empatía. El libro lo escribí en poco tiempo, sin documentarme, en apenas veinte días.
No me lo creo.
En serio, veinte días, corregido y todo. Incluso la primera página creo que la corregí demasiadas veces. Cuando la escribí estaba preparando libros para mis alumnos, trabajando muchas horas, y la novela me servía de válvula de escape.
Si eso es cierto, aclárame eso una cosa: ¿qué necesitas para escribir una novela con tanta rapidez?
Conocer el final. Tú sabes que te vas a Madrid, tienes claro que llegarás a Madrid, pero lo que no sabes es cómo: en avión, en coche, en tren ... Mira, yo una novela de cien páginas soy capaz de escribirla en un solo día. Lo hizo Simenon en público, en los almacenes Lafayette, y a mí me encantaría afrontar un desafío de ese tipo.
¿Cómo se te ocurrió la idea de ‘La inutilidad de un beso’?
Por la frase que inicia la novela: "Las Osorio van de señoritas, pero ahora se les ha muerto el hermano. Les está bien empleado", que es real. Y cuando la escuché me hizo pensar que eso no lo podía decir ningún ser humano, sólo una cucaracha. Y como conocía a quien la dijo, la novela surgió como un géiser, muy rápida. Sólo el final está pensado más tarde y es, quizá, lo más sofisticado de la obra.
Precisamente el final es el espacio que reservas para que el lector participe.
Preparé otro final, pero definitivamente opté por éste que, efectivamente, queda un poco al libre albedrío del lector, mucho más mágico así. Aunque antes he dicho que para escribir necesito saber el final, en ‘La inutilidad de un beso’ no lo conocía. He ido descubriéndolo poco a poco. Ser espontáneo te permite cambiar muchas cosas.
Ahora que hablas de magia, hay algo de realismo mágico en la novela, tanto en el desarrollo como en los nombres de los personajes.
Sí, pero es un poco de rebote. Para la protagonista tenía pensado otro nombre, más raro aún, y en la corrección opté por ponerle Herendira. Melquiades Bencinto es un nombre parecido al de una calle de Madrid próxima a donde yo vivo, en la que hay una iglesia a la que yo iba a misa cuando era pequeño. De verdad que no es consciente pero a veces, como has leído mucho, te salen cosas que llevas en la memoria sin sospecharlo.
¿Hay mucha realidad en la novela?
Hombre, evidentemente el beso a la cucaracha y su transformación en mujer son ficción, pero muchas escenas sí son reales en mayor o menor grado.
En ‘La metamorfosis’, Gregorio Samsa siente vergüenza de haberse convertido en una cucaracha, se esconde de su familia. Aquí sin embargo, Herendira se crece.
Hombre, es que convertirse en un ser humano mola, ¿no? Somos el no va más, los protagonistas de la Creación. Además, en ‘La metamorfosis’ Gregorio Samsa continúa viviendo entre hombres, mientras que yo aquí a la cucaracha la saco de su ámbito. De todos modos, a veces siente una cierta nostalgia de sus congéneres y por eso hace "cosas raras".
‘La inutilidad de un beso’ huele a años sesenta y a siglo XXI.
Claro, porque tiene dos partes separadas por diez lustros. La primera tiene el ambiente de los sótanos y de las salas de los antiguos ministerios de los años sesenta. Yo recuerdo que, cuando estaba en Barcelona, los archivos eran un flipe. Había miles de hojas almacenadas. Con todo aquello se podía hacer novelas, películas o lo que quisieras.
Tus novelas, ‘La inutilidad de un beso’, ‘Tigre Manjatan’ o ‘Sonríe Delgado’ están bien engrasadas, se leen rápidamente.
El libro es un matrimonio entre el lector y el escritor. La velocidad de lectura también depende de cómo te pille a ti.
Y no son excesivamente largas. Algún escritor opina que todo lo que pase de cien páginas ya no es literatura.
A eso yo le llamo balas y estoy tratando de convencer a los editores para que llamemos balas a las obras de cien páginas. Y a lo demás, novela. Quien diga eso es porque no tiene capacidad para subir lo bastante y ver a lo lejos. Hay que tener buena capacidad de trabajo para construir una novela. ‘Guerra y paz’ es una novela y no tiene cien páginas precisamente.
La pregunta obligada para concluir: Javier, ¿qué llevas entre manos ahora?
Pues tengo una idea interesante para Traum, pero todavía la estoy madurando, y también una colección de trescientos sesenta y cinco cuentos, uno por cada día del año, que quisiera publicar. Pero todavía no sé cuando podré hacerlo.
Y aquí acabó la entrevista. Llovía en la calle. Paraguas abierto. Aceras mojadas. La maleta detrás. Semáforo ansioso, cronometrado, digital. Camino de la Estación del Norte - la Renfe no espera -, hablamos de otras cosas, literarias o no, graves o leves, ficticias o reales, de premios literarios, de Traum, de Delgado y de algún otro. Pequeñas miserias que no arreglan el mundo. Tampoco era ese el objetivo.