Herme Cerezo / SIGLO XXI, 18/06/09
Tener la oportunidad de entrevistar a un psicólogo, que además escribe, no es algo que ocurra todos los días. Al menos no le pasa a menudo a quien les habla. Por eso cuando se presenta la oportunidad de hacerlo, uno descubre que se pasaría horas hablando con él. Y no sólo de ‘El camino de los sabios’, su última obra publicada "un libro laborioso, porque me ha tocado buscar las fuentes originales, organizarlas y lo que es más difícil: traducirlas para la gente de hoy", como él mismo señala, sino también de muchas otras cosas, porque un psicólogo es una fuente de respuestas interesantes, una posibilidad de indagar en uno mismo, una opción de ampliar nuestros horizontes con razonamientos distintos de los propios, casi siempre costreñidos por el ritmo de vida que llevamos. No podemos olvidar que un psicólogo vive de la palabra, única herramienta de su trabajo. Walter Riso llegó un poco cansado, con chaqueta, corbata y maletín. El calor, irreverente, apretaba en la ciudad del Turia más de la cuenta a la hora de la siesta, cuando comenzamos a charlar. A Walter aún le quedaba por hacer un directo en la radio antes de armarse de paciencia para entretener la espera del avión que, desde el aeropuerto de Manises, le conduciría a su residencia habitual: Barcelona. Pero como él mismo dijo, al despedirse: "veremos de qué hablo conmigo mismo mientras aguardo el vuelo".
Walter, ¿en España acudir al psicólogo empieza a considerarse como algo normal o todavía os toman por bichos raros?
Estamos lejos de países como EE.UU., pero se está avanzando poco a poco. A la gente ya no le da vergüenza ir al psicólogo, está entendiendo que tiene un software al que hay que pasar el antivirus y eso le toca hacerlo al psicólogo. A nivel mundial, cumplimos una tarea muy importante: crear espacios de salud para que la gente no enferme. No hay que acudir al psicólogo sólo cuando uno está enfermo, se debe ir antes.
¿Cuándo escribes?
Escribo todo el día y en el tiempo que me queda paso consulta, especialmente ahora que tengo obligaciones editoriales contraídas: entregar otro libro más. Cuando lo acabe quedaré liberado por un tiempo.
¿Qué es mejor acudir a sesiones de terapia o recurrir a este tipo de libros?
En general, estos libros están bien para los lectores y mal para los demás. Las librerías protestan, pero los ponen ahí porque también venden. Si tenés un problema clínico es mejor recurrir a la terapia, obvio, porque el libro no te va a aprovechar. El libro sirve para hacerte un sacudón y para cobrar conciencia del problema. La terapia te permite descubrir que tenés un problema que desconocías. La gente ha de ser más culta en materia psicológica, en cuestiones sobre la mente, sobre el comportamiento humano, bien sea para atender a los hijos o, simplemente, para mejorar. Hay pacientes que van a la cita no porque están mal, sino porque quieren estar mejor. El libro te abre un panorama, te da información. Pero, cuidado, si el libro está mal hecho te puede dañar, te puede pintar pajaritos de oro, decirte que si deseas profundamente algo, entonces el cosmos va a confabular para que tú lo consigas.
Todos tus libros versan sobre psicología, claro.
Sí. Al principio me ubicaban en autoayuda, pero como no terminan de saber dónde meterme, me han puesto en divulgación psicológica, porque son libros muy bien documentados. Ya habrás visto la bibliografía que lleva ‘El camino de los sabios’.
Cada obra reclama su propio ritmo de lectura: libro de consulta, de cabecera, ¿el tuyo dónde cuadra en este aspecto?
Aunque parece fácil de leer y no porque lo haya escrito yo, los filósofos antiguos que aparecen en ‘El camino de los sabios’ conducen a reflexiones muy profundas sobre vos mismo. Creo que es un libro para estar en la playa, en la mesilla de noche o para llevar en el metro. Es un libro al que hay que regresar para que cada uno extraiga lo que quiere de él.
En sus páginas y entre otras muchas reflexiones, afirmas que el hombre dedica muy poco tiempo a conocerse a sí mismo.
Muy poco, muy poco, porque la cultura actual no está orientada a que tengamos una introspección muy profunda. Si uno ve la posmodernidad, se da cuenta que todo va muy rápido y que la velocidad está por encima de cualquier cosa. Sólo te queda un cinco o un diez por ciento de tu tiempo diario para tu propio conocimiento psicológico. Cuando llevaron a Sócrates a tomar la cicuta, pronunció un discurso muy importante, que yo cito en ‘El camino de los sabios’. Decía: "ustedes atenienses, que son de la ciudad más culta, interesante, desarrollada, ¿no les da pena gastar todo su tiempo en buscar riqueza, fama, honra, y gastar tan poco en que su alma se desarrolle para ser un hombre mejor?" Exactamente igual que ocurre ahora. Ocuparse de sí mismo es vital e imprescindible para cualquier tipo de crecimiento personal. Uno puede ser un idiota feliz o un sabio no tan feliz. Cada uno elige.
Esa velocidad a la que aludes, ¿es casual o provocada?
Pienso que es una cuestión de aprendizaje. Si la cultura no te enseña que eso es importante, vital, vos no lo vas a aprender. Pero hay algunos casos que las personas no aprenden porque produce miedo estar a solas contigo mismo, porque podés descubrir cosas que no te gustan, porque podés ver que sos más ignorante de lo que creés, que sos más estúpido y elemental de lo que pensás. Yo creo que a la gente no le enseñan a ver su interior, pero también que hay gente que no se atreve a mirar.
¿La sabiduría es quitarnos ese autoengaño que nos imponemos?
La sabiduría es el arte de saber vivir. Y una de las condiciones para saber vivir es quitarte de encima el autoengaño, porque obviamente si te autoengañas no ves las cosas como son. Y el primer paso para ser sabio, que puede serlo cualquiera, es ver las cosas tal como son. Por eso Marco Aurelio, entre los ejercicios que recomendaba, destaca suprimir lo superfluo. En su tiempo se decía que la toga imperial que se ponían los césares era como ver a Dios. Sin embargo, él afirmaba que era sólo lana de oveja teñida de tinta de marisco. Se trata de ver las cosas en su real dimensión.
Los problemas han sido siempre los mismos, desde la antigüedad hasta hoy. ¿Disponían de más tiempo los antiguos para pensar en sí mismos que nosotros?
Yo no lo sé. No sé si un esclavo como Epícteto tenía más tiempo para pensar en sí mismo, pero creo que ellos sufrieron una explosión del conocimiento. Fue una situación especial, porque Atenas apenas tenía cien mil habitantes y allí ocurrió este fenómeno, que produjo esta generación de pensadores con tanta pasión por conocer. Hay algo más: tenían un modo de ser que les llevó a preguntarse si su referencia no debían de ser ellos mismos. Alejandro Magno se había apoderado el mundo, pero a su muerte surgieron monarcas en todas partes. Se produjo una globalización como la actual en la que también se habían perdido las referencias. Buscaron su punto de inflexión y llegaron a la conclusión de que este punto era el retorno al yo. Nosotros no lo hacemos porque los medios de comunicación, la matrix en la que andamos metidos, nos lo impiden. Pero hay algo que tengo claro: las preguntas existenciales de los hombres y mujeres son las mismas, nunca han dejado de estar vigentes y por ello hablo de la juventud de los antiguos, porque sus pensamientos todavía nos sacuden en el día de hoy.
En tu libro ocupa una parte destacada el concepto de coherencia ¿qué es la coherencia?
Pensar, actuar, sentir en un mismo sentido. Eso es la coherencia. Ser íntegro, como decía Krishnamurti. Cuando hacés eso todo fluye mejor, sos más fuerte.
La religión parece un elemento auxiliar de nuestra existencia, ¿cuál es su papel?
Si las personas viven su religión de modo alegre y feliz, quizá pueda ser un motivo de crecimiento. Hay investigaciones que demuestran que cuando las personas viven su religión sin culpa y, ojo, no se vanaglorian de ella, viven mejor, enferman menos, son menos adictas, hay más autocontrol ... Epicuro decía que los dioses existían pero que estaban en otro sitio, en otra onda y se preguntaba ¿para qué pedirles a los dioses lo que te podés procurar tu mismo? Para él, a Dios no se le compra con dádivas, era un ser íntegro que, además, no se comunicaba con los mortales.
O sea que Dios no hace falta.
Exacto. A eso voy. Hay gente que necesita relacionarse con Dios y hay gente que sufre por ello. En una ocasión, por mi consulta apareció una mujer a la que se le murió su mejor amiga. Y empezó a odiar a Dios. Comprendí que aquello no era cuestión mía y la envié a un pastor. Ella fue y le preguntó ¿por qué Dios permite tanto dolor en el mundo? Y el tipo le dijo algo que yo jamás me hubiera imaginado: Dios, si existe, es todo amor pero no es todopoderoso. A él le gustaría que tú no sufrieras pero no es capaz. Ella volvió a preguntar: usted me está diciendo que Dios no es todopoderoso y eso ¿no es ofender a Dios? Y él respondió: si es Dios no se ofende. La imagen que el pastor le dio a la mujer es la de que Dios es sufriente y crece con ella. Esa respuesta mejoró todos los síntomas. La religión cumple un papel. Si permite crecer al individuo y tener una buena relación con su Dios, la cosa funciona.
Y ¿dónde encajan los sueños, la ilusiones que tiene una persona por alcanzar las metas que anhela?
Para los griegos la esperanza era un problema porque era futuro. Tú debías desear lo que tenías y la esperanza aparece cuando no podés tener lo que no tenés. De hecho, Jesús no tenía fe, no la necesitaba. La fe es un salto sobre la razón cuando no podés alcanzar lo que querés. Entonces ellos, muchos, no tenían fe, sino que la ilusión y la esperanza no la vivían como un deseo sino como que ya estaban en ella. No esperaban alcanzar la eternidad, sino que pensaban que ya estaban en ella. El jesuita Teilard de Chardin decía que la creación todavía no se ha llevado a cabo, que se está haciendo ahora, es como sentirse parte activa en ella. Los griegos tomaban el futuro con pinzas. Hay esperanzas que sirven y otras que no. Epicteto decía que para ser feliz hay que hacerse cargo de lo que depende de uno. Y ¿qué depende de uno mismo? Lo que piensa y lo que siente, estimar lo que tiene. Si empieza a querer lo que no tiene, a desearlo, ya no puede disfrutar de lo que tiene.
O sea que, en realidad, el futuro es el presente.
Exactamente. Tú con tu presente estás construyendo el futuro. La idea de estar en el presente, no obsesivamente, le permite a uno vivir la vida más intensamente y, como decía Séneca, hacer examen de conciencia al acostarse y pensar: he vivido el día de hoy intensamente, minuto a minuto, ¡qué maravilla! Y ese pensamiento me autoriza a vivir otro día.